Ave Caesar, morituri te salutant!

El mismo día que el Señor Presidente denunció las infamias del “hampa del periodismo”, y tras una jugada de carambola entre (¿espontáneos?) ciudadanos solicitantes de información al INAI, y la Presidencia de la República, la cual entre obsecuente y obligada entregó la información requerida, (re)apareció una lista de réprobos, cuya lambiscona docilidad los hizo favoritos y favorecidos del dispendio en el gasto publicitario del gobierno anterior, objeto de todo anatema, condena y repugnancia desde el Palacio de la Pureza.

Esa lista comenzó a circular, parcialmente, desde hace ya meses a partir de una investigación de María Amparo Casar y Luis Carlos Ugalde. El mismo a quien echaron del IFE tras el invocado fraude electoral.

Después vinieron los relatos panfletarios de Roa.

Sin embargo, todo eso no había sido materia de ocupación presidencial directa, pero con la denuncia del Ejecutivo sobre el hampa periodística, seguramente hija o pariente al menos, de la “Mafia del poder”, como responsable del desmadre en el sector sanitario (con la renuncia de Germán Martínez al IMSS, incluida)… Todo transitó de la advertencia, a la  amenaza y la sentencia.

O quizá el anuncio de los tiempos por venir.

No se había hecho hasta ahora, pero cuando el inmenso poder presidencial pone el índice de fuego sobre un grupo de periodistas participantes en empresas de divulgación o comunicación (contratadas con todos los requisitos legales, con fianzas, facturas y pago de impuestos y demás obligaciones), y los expone al ludibrio fanático de seguidores incondicionales y prestos al linchamiento (al menos en los medios digitales), la imagen del enhiesto emperador con el pulgar al suelo, es inevitable:

Ave, Caesar morituri te salutant

No importa ya si después de la peligrosa amenaza (superior a aquella del buen comportamiento y sus consecuencias, expresada tras la irrupción de Jorge Ramos), viene una explicación entre el disimulo y el cinismo:

“…bajo palabra de decir verdad, nosotros no dimos a conocer los nombres de quienes reciben o recibían estos apoyos para trabajos informativos (no eran tales, era compra de espacios para promociones de campañas o actividades oficiales. Un “banner” no es un “trabajo informativo”. Eso no estaba a la venta)…

“…Y aquí dijimos, en su momento, que no queríamos que se pensara que era una respuesta nuestra, ante ataques, cuestionamientos o críticas legítimas. NO… ADEMÁS, ACLARÉ QUE LO DE LA PUBLICIDAD ES LEGAL, ES DECIR, TODOS LOS GOBIERNOS CONTRATAN PUBLICIDAD”.

Y si es LEGAL, ¿por qué entonces se califica a los periodistas como hampones resentidos por la cancelación de sus prebendas?

En fin, hay mendacidad e intimidación. Eso es todo.

Lo imborrable es el abuso del poder para estigmatizar a quienes no se han sumado al coro del elogio y la salmodia del entusiasmo:

“…es propaganda, es para afectarnos. YA VEN CÓMO ES EL HAMPA DEL PERIODISMO, no todos desde luego, no todos, no, no, no (¿nada más los de esta lista y las otras por venir?),  pero en el hampa del periodismo se usa mucho que la calumnia cuando no mancha, tizna”.

Y si la “calumnia” tizna, mancha o simplemente molesta, la desatención médica, cuya evidencia se quiso ocultar con este escándalo menor, mata seres humanos en la anemia agravada del mal sistema de salud púbica.

Pero la mefítica venganza ejercida ventajosa y desproporcionadamente por el Señor Presidente, cuya voz suele ser clarinada para la turba impaciente por soltar la jauría o cazar a las brujas, ya está aquí, por encima de cualquier disimulo posterior.

Y frente a eso no se puede hacer nada.

A pesar de haber sido mencionado en la lista divulgada anteayer, “refriteada” en  diversas variaciones, repetida y repetida hasta el hastío, cuyo efecto es la descalificación inmediata  e imborrable con gravedad de inmoralidad incurable, nunca he pensado solicitar la intervención del “Mecanismo” para proteger a los periodistas. No creo en esas cosas.

Con él y sin él, han asesinado en este gobierno a siete colegas de distinta estatura profesional, para no hablar de los cadáveres más viejos. Y habrá más.

En lugar de encender hogueras de leña verde, el gobierno debería aclarar las decenas de casos de asesinados del gremio a quienes se les ha negado la justicia. A ellos y sus familiares.

Tampoco pienso solicitar el apoyo de Ana Cristina Ruelas ni recitar el Artículo 19 de la Declaración de los Derechos del Hombre; menos encenderé una veladora en el altar de Martin Ennals; ni llevaré una temerosa lágrima al monumento a Francisco Zarco; tampoco acudiré a ninguna comisión de Derechos Humanos para denunciar el acoso desde el poder.

Todas esas instituciones y organizaciones juntas no tienen ni la millonésima parte del poder persuasivo de la palabra presidencial cuando estimula a sus devotos en contra de quienes no lo son o contra quienes presenta con estigma de delincuentes y el sambenito de herejes de su evangelio sólo (¿?) por la venta registrada de un servicio, tramposamente presentada como un beneficio exclusivamente personal e ilegal, aunque en el discurso se diga lo contrario, como ocurrió en la mañanera del viernes.

Y si todo lo anterior no se explica sino como un ejemplo de intimidación extrema, proveniente de la más alta cima del poder. Si no, ¿por qué entonces esta explicación inverosímil de parte del Señor Presidente, quien tira la piedra y esconde la mano?:

“Esto tuvo que ver con otras dependencias, si dieron a conocer los nombres, nosotros sólo entregamos esta información al instituto de transparencia y nosotros no dimos a conocer los nombres… Y aquí dijimos, en su momento, que no queríamos que se pensara que era una respuesta nuestra, ante ataques, cuestionamientos o críticas legítimas. No… Además, aclaré que lo de la publicidad es legal, es decir, todos los gobiernos contratan publicidad”

En fin, hay abuso, mendacidad e intimidación. Eso es todo.

Sin embargo todo esto me parece lógico. El endurecimiento de los gobiernos es inversamente proporcional a sus éxitos (dos renuncias en una semana). Y aquí se agudiza la intolerancia. Por algo será.

Quienes ya tenemos algunas lunas en el oficio, (en mi caso nada más medio siglo), en el cual he tratado con todos los presidentes desde Gustavo Díaz Ordaz hasta ahora (al parecer ya se tocan los extremos), hemos logrado la dureza del pellejo. Cincuenta años de periodismo me han dado capacidad para distinguir la verdad de la mentira y la farsa de la sinceridad.

Cuando un  “luchador social” tomó hace años las carreteras de los campos petroleros de Tabasco y sus pozos, yo dirigía un semanario. En la portada puse a un joven con un hilo de sangre en la frente. Le habían dado un rasguño con un palo.

Su rostro sorprendido, a toda plana en la portada, llevaba un encabezado: “No era necesario”. Sus propias palabras.

Yo continuaré con lo mío.

Cuando se mueran 13 bebés en el Hospital General de Tijuana (como ya sucedió), por falta de insumos y equipo para su atención, lo diré y lo analizaré; cuando más de 509 personas sufran infecciones graves en nueve hospitales de Jalisco, lo comentaré, como esta manta descolgada hace unos días del pórtico principal del Instituto Mexicano del Seguro Social:

“Los trabajadores de las oficinas de Tokio lamentamos las deficiencias que existen en la atención de nuestros pacientes, debido a  la falta de personal, infraestructura y de insumos.”

No importa si me incluyen en la nómina del hampa del periodismo. No pienso, además, refrendar mi vencida licencia de portación de armas de fuego, ni contrataré —como De Mauleón—, a un militar retirado para manejar mi auto.  Cuando algo ocurra (así se disfrace de asalto o de distracción al cruzar una calle), todos sabrán de dónde vino la señal de ataque, todos sabrán quién puso el pulgar hacia el piso.

A fin de cuentas, como me dijo tantas veces mi padrino Manuel Buendía: los periodistas somos una especie inextinguible.

Y mira quién lo dijo.

rafael.cardona.sandoval@gmail.com
elcristalazouno@hotmail.com

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