El sabotaje y el criminal

La Fiscalía de la Ciudad de México ha incurrido en uno más de sus acostumbrados errores: atosigada por su compromiso en favor de la imagen de la jefa Claudia, ha tirado a la basura la especie del sabotaje permanente a las instalaciones y equipo rodante del Sistema de Transporte Colectivo, y le ha fincado responsabilidad penal al pobre conductor del convoy, quien resultó severamente herido en el accidente. No en el “incidente”. De acuerdo con la versión del vocero de la FGJCDMX, Ulises Lara, dos fueron las causas del accidente cuya naturaleza obligó, entre otras cosas, a desplegar seis mil Guardias Nacionales en el Metro, seguramente para tener seis mil testigos de sucesivas fallas al parecer interminables.

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Las fisuras de la IV-T

Obviamente nunca lo reconocerán. Al menos ni lo harán en este periodo cuya finalidad en el último tercio es una construcción interesada, desde el gobierno en pleno, de la prolongación de la doctrina de un hombre nada más, por dos vías: la victoria electoral a toda costa, incluyendo la modificación de las actuales leyes e instituciones electorales (por eso las barbaridades de la inminente Reforma Electoral), y la otra, de más lejano horizonte para su aplicación, la revocación del mandato, prevista para 2027, si fuera necesario. Y lo será, porque de otra manera la doctrina del referéndum no habría sido impuesta de manera tan enjundiosa por el actual gobierno. No pensaba bondadoso, sumiso a la voluntad popular y arriesgado, al imposible rechazo, en el 2021; pensaba en el 2027, dominado por una incontenible ansia de prolongar la llamada Cuarta Transformación, cuyo resultado hasta ahora más parece una deformación. Pero si la transformación se basa en una política populista sustentada en imaginarios valores éticos, como ladrillos de una muralla de honestidad y rechazo a la corrupción como forma de vivir y hacer política, el muro muestra grietas evidentes.

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¿El Presidente tiene opiniones o convicciones?

La sorpresiva muestra humildad intelectual del presidente de la República quien hace unos días les ordenó a sus operadores mediáticos sembrar la conveniente pregunta justificante sobre su cambio de opinión en torno de la presencia verde en las calles y todo el complejo conjunto de acciones en favor del militarismo, –¿Cambiar de opinión es igual a cambiar de convicción?permite una pregunta: Y esto viene a cuento porque el Ejecutivo mexicano, cada y cuando la ocasión lo hace necesario –y cuando no, también–, nos ha dicho y repetido: soy un hombre de principios, de convicciones, pues. Y las convicciones y los principios no se parecen en nada a las opiniones. Opinar es externar un juicio, un punto de vista. Asumir una convicción es poseer un valor. Opinar es asunto de la externalización de una preferencia, una orientación analítica, en todo caso.

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El faraón calló como momia

Faraón se llamaba el palacio del emperador durante el extendido tiempo de los imperios egipcios. El Bajo y el Alto. Por extensión también al supremo –de Menes a Ramsés– se le llamó de esa manera. Los faraones –con excepción de Silverio, el texcocano–, eran soberbios y vivían prisioneros de un pensamiento mágico, anhelaban la inmortalidad. Por eso desarrollaron la ciencia de la momificación y en la Casa de los Muertos, desplegaban a sus embalsamadores para luchar contra el tiempo. Por eso hacían enormes sepulcros piramidales, por eso creían en la eternidad.

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Morena, la hemorragia interna

En agosto del 2019, severo y malhumorado por divergencias internas, el PEUM, líder indiscutible del Movimiento de Regeneración Nacional, les advirtió a sus súbditos (o correligionarios, como se quiera decir), si el partido en cuya fundación participé se echa a perder, me voy y además me llevo el nombre. Esa advertencia, pronunciada en los momentos de mayor euforia tras el triunfo arrollador de un partido cuya juventud contrastaba por entonces con su casi absoluto dominio nacional, como no se veía desde los tiempos más exitosos del PRI (todo se consiguió en un lustro y medio), no correspondía con las dimensiones del éxito. Nadie adivinaba –aunque la tradición rupturista y pugnaz de la izquierda lo hiciera suponer a largo plazo–, las grietas ahora visibles. Sólo era posible un diagnóstico desde dentro. Y más notable aún si lo plantea el ingeniero de toda esa poderosa maquinaria.

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Estatuas, monumentos y barbarie

Después de las muchas felicitaciones, casi todas ellas inmerecidas por la profecía publicada aquí, de cómo no podrán las puertas del infierno nada contra la herencia del señor presidente, incrustada ya en el alma y el corazón de nuestro pueblo siempre devoto, respetuoso y fiel al gran líder moral de nuestra patria, cuyas estatuas nada valen en la historia transformada de México, valdría la pena recordar algunos episodios un tanto macabros de la historia y su relación con los monumentos casi siempre funerarios o su opuesto, la ruin exhibición punitiva de cabezas cortadas como se usaron las de nuestros libertadores en la Alhóndiga de Granaditas hace ya muchos años. Después vendrían hasta nuestros días, las ostentosas muestras de “osteolatría” (devoción por los sacros huesos; no el hueso sacro, siempre mejor si viene forrado de carnita), aún presentes en la Columna a la Independencia.

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El imperio de la necedad

Con mucha frecuencia se confunden los significados. Necedad es simplemente ignorancia. Terquedad, tozudez, persistencia, contumacia, obstinación, obcecación, son otra cosa. A veces resultan positivas, si el motivo de tanta perseverancia es, en efecto, positivo. En otro sentido las cosas pueden derivar en obsesiones patológicas. Se puede ser ignorante y al mismo tiempo terco. También se puede ser terco en la virtud, aplicado, comprometido. Pero cuando alguien se mete en algo, con pleno desconocimiento del tema, se expone a dos cosas: el ridículo o el desprecio. Una mezcla terrible de estas actitudes es cuando alguien, desde la ignorancia total, pretende gobernarlo todo: la casa, la vecindad, la cuadra, la colonia, la ciudad, el país y por si fuera poco, el mundo; dictar la palabra final en asuntos energéticos, políticos, históricos, médicos, clínicos, científicos, deportivos, veterinarios, industriales y hasta morales.

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Manuel Mejido; la fiesta de los enanos

Me habría gustado cubrir con él –como cuando fuimos juntos al Vaticano en la entrevista de Echeverría con Paulo VI–, la actual fiesta de enanos de la CELAC. Pero ya no hubo tiempo. Desde hace muchos días Manuel Mejido estaba en la ruta inevitable de su deceso. Murió la madrugada del sábado 18 de septiembre y ante su muerte solamente puedo repetir lo tantas veces dicho antes: fue el mejor reportero de su generación, y quizá de muchas otras. Su obra reunida, “México amargo”; editada por Siglo XXI, podría –y debería–, ser el texto constante y perdurable de enseñanza del reportaje en cualquier escuela de periodismo, no solo de este país.

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Los irresponsables se pasean impunes

No hace falta una esfera de cristal en cuyos contornos se atisbe el futuro. Tampoco es necesaria una inteligencia superior para conocer la reacción, desde ahora, del presidente de la República ante la publicación del New York Times sobre el desastre del Metro el día de la Cruz de mayo. La casualidad quiso derrumbar la obra, en el día de los alarifes y constructores, ingenieros y arquitectos. Hemos dicho el desastre; bueno, uno de los desastres, porque la baja calidad del servicio, su desesperante e intermitente circulación de increíble lentitud; sus estaciones ruinosas, sus escaleras, mingitorio, su puesto de mando en llamas y la cerril administración de la Serranía, no son materia sobre la cual vayan tan a fondo los editores neoyorkinos, como con el fraude constructor cometido por la compañía de Carlos Slim, a quien los editores del NYT conocen bien:

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Los males de la democracia

Las campañas electorales iniciadas hace apenas unos días, nos han puesto una vez más de frente con una realidad distorsionada. El desfile de histriones, payasos, malos actores, actrices destripadas, irreconocibles reinas de belleza, decadentes galanes de telenovela, deportistas, líderes sindicales, maestros sin alfabeto, curas y cualquier cantidad de advenedizos de la política, forman el desfile innoble de los aspirantes cuyas posibilidades de representación o administración, no se deben a la corrupción de los partidos políticos, como se nos quiere hacer creer, sino a la estupidez den quienes van a votar por ellos.El problema de la democracia no estriba ni los candidatos, ni en los partidos propulsores, el sistema o el Instituto Nacional Electoral. Ni siquiera en quienes piden su exterminio. El problema (sin solución, además), son los electores, los votantes.

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