Presumir en un informe sin presunciones
No hay crítica ni menosprecio por la fecha ni por su simbolismo en este simbolista país, donde las apariencias significantes se bastan a sí mismas para ser cosas importantes.
Decisiones administrativas (poner en venta un avión, clausurar un edificio, extinguir un cuerpo castrense) se presentan de pronto como magnos actos de gobierno o cumplimiento de compromisos asumidos al amparo del fulgor de la tribuna, del campo de la oratoria interminable, son hitos en la nueva historia cuya escritura se hace con frases sueltas de innegable ingenio en un país donde los pobres reciben frijoles con gorgojo.
De gorgojo frijolero al carajo a donde deben ir los ambiciosos vulgares, quienes no caben en la nueva moral de una república en transformación, donde los únicos rostros visibles son la violencia incontenible, las malas decisiones de la medicina social, los yerros en dialogar o no con los grupos armados y los rebeldes, mientras paso a paso vamos construyendo un muro fronterizo a satisfacción del Imperio del norte.
Hoy sonarán las chirimías y los teponaztles; se alzarán al cielo nubes de copal y una enorme e interminable fiesta de concurrencia nacional colmará la gran plaza, el imprescindible Zócalo de todos los festejos habidos y por haber; porque es el símbolo insuperable: el poder no está en el interior del Palacio Nacional, mucho menos en San Lázaro donde se ubica la dócil Cámara de Diputados, apenas un apéndice legislativo del deseo presidencial; no, el poder se expresa afuera, en la calle, en el roce incesante con la piel del pueblo, en el enorme abrazo de la masa infinita cuya opinión convierte al Señor Presidente en una entidad valiosa y separada de su propio gobierno.
La imagen presidencial lo abarca todo. El informe presidencial se realiza cada mañana en una conferencia cuya naturaleza ya ha sustituido hasta el lenguaje, porque lo mañanero ha sustituido a lo matutino: mañanero es madrugador adjetivo para quien temprano se levanta y matutino es el quehacer de las horas de la mañana.
Matutina es la luz; mañanero el acercamiento carnal de las primeras horas, o como diría Brozo: “¡Órale, chamacos!”
La conferencia mañanera, con todas sus facetas de confesionario, púlpito y ágora; mitin, asamblea, sala de gestoría y demás, con sus fallas de pícaros e impresentables lambiscones quienes acuden —no a preguntar algo importante— sino a ser vistos y reconocidos por el Señor Presidente a cambio de quién sabe cuántos gramos de posible influencia o preservación del empleo, a ser saludados por su nombre y apellido (mamá me llevó al circo y me saludó el domador), han sido tantas y tan abundantes en palabras ciertas o gastadas, como para hacer innecesario un infirme constitucional de los pocos meses de este año de diez meses.
A fin de cuentas lo constitucional se satisface con una motocicleta de reparto y un mensajero con grueso paquete en las puertas de San Lázaro, como hará la señora Olga Sánchez Cordero, quien le dará a Porfirio Muñoz Ledo el documento toral de los primeros meses de la Cuarta Transformación; y esto digo porque por un sendero o por otro, mediante un recurso u otro, Porfirio se va a quedar en la presidencia de los diputados, cosa imposible para su contlapache Martí Batres en el Senado, lo cual le ha provocado un cólico miserere cuya intensidad, sin embargo, no le ha borrado del rostro esa eterna sonrisa guasona de nerviosismo o burlita. De frustración, en este caso, mientras el coordinador de Morena en Insurgentes y Reforma apaga los cirios encendidos al Santo Niño de Atocha, quien le ha prestado una vez su invaluable gracia y auxilio.
Queda cubierto el requisito constitucional en un país donde, en sus mejores momentos, la Constitución (cuando la llamaban Carta Magna), es apenas un requisito superable con la habilidad del alfarero cuyos dedos moldean el vaso al antojo de cada ocasión.
Ya lo ha dicho el Señor Presidente, no necesitamos hacer una nueva Constitución, porque los cambios de la 4-T ya hacen una nueva, o como decía un viejo priista en años recientes, para justificar el manoseo de un nuevo texto sexenal en cada cambio de Gobierno: para no cambiar DE Constitución; hemos cambiado LA Constitución.
Pero esas son minucias en los tiempos actuales donde la legalidad queda suprimida a favor de la justicia. Si no podemos o no queremos o no debemos (o los Estados Unidos nos lo impiden) negociar con grupos armados, sí podemos soltar una Ley de Amnistía para delincuentes procesados, lo cual llenará las inseguras calles de más felones y granujas, como ocurrió cuando el sistema acusatorio instaló puertas giratorias en las prisiones y los índices de violencia y criminalidad aumentaron con 15 o 20 mil rencorosos asaltando en las calles.
Pero nada es por presumir en la palabra publicitaria de los spots presidenciales, aun cuando al decirlo se incurra en la presuntuosa lista de logros parciales e improductivos.
El juego de palabras entre el nulo crecimiento y el desarrollo invisible, es para mover a la carcajada, pero los índices de popularidad presidencial —disociada su personalidad de los logros, hechos y desatinos de sus empleados y funcionarios—, siguen en la alzada estabilidad de una idolatría jamás vista, porque el hombre siempre está por encima de su obra.
El mesmerismo nos da más de lo mismo y todos aplauden como pinnípedos en el circo antiguo, porque ahora ya los animales no están en las carpas, están en otras partes, en los agónicos reservorios de la casi extinta fauna silvestre. Pero eso es otro asunto.
Hoy las preocupaciones ecológicas no son por conservar la fauna sino por saber cómo se acaban los humedales de Paraíso, en Tabasco, donde el progreso petrolero se engullirá parte de los pantanos con las dos bocas de un proyecto caprichoso e innecesario, o cómo la escasa agua de los polvorientos terrenos de Tecámac se acaba por las obras del terco aeropuerto de Santa Lucía, cuya edificación convertirá la aviación civil en un calvario de viajes entre Texcoco y Toluca.
Bendito sea Dios.
Han sido diez meses de mareo incesante, de torear por la cara, de no despegar la muleta de la oratoria de los belfos de la masa cuya nobleza la hace embestir una y otra vez por derecho, con la infinita credulidad del bien pagado o —al menos—, tomado en cuenta con pensiones de ancianidad o subvenciones de “ninismo” aprendiz de todo y oficial de nada o de ocasionales sembradores de árboles, cuya semilla sólo una vez se deposita en la fértil tierra de las selvas del sureste.
Sembrando vida, construyendo el futuro, sirviendo a la nación; hermosos gerundios salvadores de la patria mientras se anuncia la nueva forma de administrar reduciendo: más recortes, y austeridad cuentachiles, como si en ello fuera la dignidad del país y no la ampliación del reparto inútil de subsidios a la pobreza sin remedios, pero con paliativos de pirotecnia política.
Se vive en el día a día de un equilibrio extraño. La izquierda en el poder —sumisa como no se veía desde 1913—, se ha convertido en la herramienta migratoria del gobierno más antimexicano en los Estados Unidos. Dóciles y obedientes vemos la marcha en ascenso de Marcelo Ebrard a la cima de la pirámide, aun cuando para ello debamos llevar el Teocali a Disneylandia.
Todo es dicha, todo es alegría. El himno de González Bocanegra ha sido sustituido por las letras de Consuelo Velásquez: “…que seas feliz, feliz, feliz…”
Mientras tanto el Señor Presidente exhibe su invulnerabilidad tras un escudo humano: ya no son 30 millones de votos, ya son muchos más los mexicanos convencidos del nuevo rumbo nacional. La aceptación, la popularidad, la buena opinión, son incesantes.
Es la emoción de una Montaña Rusa, mientras en Morena, poco a poco, las larvas del canibalismo se despiertan. El monstruo interior —presente en su ADN—, podría alzarse y devorarlos, pero para cuando eso suceda, este gobierno habrá terminado.
Y hoy no estamos para malos augurios, hoy es día de alborozo y regocijo. La patria ha sido informada. Una vez más. Mañana, habrá otra “mañanera”.
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