El lujo de ser un buen exgobernador
La Grilla en Tabasco.
En 1992, Manuel Gurría Ordóñez decidió no acudir ante la Legislatura local a entregar su informe anual. Con fundamento en lo que al respecto decía la Constitución de Tabasco, encomendó tal tarea al secretario de Gobierno, Enrique Priego Oropeza. A manera de justificante se publicitó que con ello se ponía fin a la prolongada era del culto a la personalidad del gobernante y a gastos exorbitantes.
La verdad es que desde entonces los mandatarios estatales en turno prefirieron no exponerse a escuchar fuertes críticas en voz de los diputados de oposición y que el derroche para satisfacer el ego continuó realizándose. En días pasados, la actual Legislatura aprobó disposiciones con base en las cuales Adán Augusto López Hernández regresará, al cabo de más de un cuarto de siglo, a cumplir personalmente con la obligación de rendir cuentas.
De uno u otro modo, otra práctica que no se interrumpió fue la de las expresiones de agradecimiento a los gobernantes durante las giras en las que apresurada y cotidianamente inauguraba las últimas obras de su administración. Podían hacerlo sin miedo a escuchar reproches por compromisos de campaña no cumplidos, y mucho menos exigencias de pago de adeudos con proveedores y servidores públicos.
Fue con Andrés Granier Melo, ya hacia octubre, cuando estalló el terrible problema en Salud, Educación, jubilados y pensionados, y también con proveedores, aunque jamás se sintió la situación tan grave como se ha venido viviendo en el actual sexenio desde el año pasado.
Los anteriores gobernadores incluso se dieron el lujo de disfrutar el “besa-manos” posterior al último informe, los actos en escuelas, colonias y rancherías homenajeando a quien así se despedía a lo largo de los meses finales, y hasta de la colocación de su nombre y de sus familiares en edificios, calles, avenidas y colonias.
Y no solo eso: también se daban el lujo de obsequiar placas de transporte público, casitas y casotas o cientos de miles de pesos.
En 1982 ya me había ido a la ciudad de México desde julio para trabajar en el diario Excélsior. El gobernador Leandro Rovirosa Wade siempre fue amable conmigo, aunque jamás le pedí ni me dio dinero. Antes, como corresponsal en Tabasco de ese periódico que en aquellos tiempos era el más importante del país y además como reportero del más influyente diario local, publiqué una serie de notas que le provocaron enojo: se referían a denuncias de corrupción de sus funcionarios.
No obstante, en los días posteriores a su último informe me llamó por teléfono Alberto Pérez Mendoza -el más cercano amigo y posterior colaborador de Andrés López Obrador- para decirme que Don Leandro me invitaba a desayunar con él en la Quinta Grijalva. No había conflicto de interés. El no tenía por qué tomarse la molestia. Acepté y vine a Villahermosa el sábado siguiente.
Me dedicó unas tres horas. Quiso escuchar cómo me iba. Al menos en tres ocasiones preguntó si se me ofrecía algo… si podía ayudarme en algo. Pude haberle pedido lo que quisiera. Supe de otros que todavía hoy viven en Tabasco 2000 y tienen placas de taxi y otras casas gracias a él. Con el ímpetu de la juventud le respondí que me bastaba con su amistad.
Hoy, Rovirosa es muy bien recordado por la gente de su época, al igual que Salvador Neme Castillo, otro caballero de la política. Ambos impulsaron en sus inicios a jóvenes como el que ahora será Presidente de la República. En 1988, la política dividió a Chavo y a Andrés, pero ambos saldaron después sus diferencias. Identificaron a un enemigo en común: Roberto Madrazo.
Twitter: @JOchoaVidal