DE LA “FUERZA MORAL” A LA POLÍTICA
El sabio puede cambiar de opinión;
el necio, nunca. Emmanuel Kant.
El lunes 16 de marzo del año en curso, cuando las voces de alerta se propagaban por casi todo el mundo, las autoridades sanitarias del gobierno de México, con el presidente de la república a la cabeza, desdeñaron que el jefe del Estado pusiera el ejemplo a millones de mexicanos y se hiciera una prueba de detección del virus Covid-19.
Aunque fue un tanto evasivo con el reportero que le hizo la pregunta, López Obrador hilvanó una de sus respuestas habituales:
““Miren, yo me ajusto al protocolo de salud… Si hace falta, entonces yo me hago la prueba del coronavirus, hago lo que me indiquen los médicos, los responsables. Tomamos la decisión de dejar este asunto de salud pública en manos de técnicos, de médicos, de científicos, porque si se deja en manos de políticos y de politiqueros, que es lo peor, entonces se altera todo. Esa es otra epidemia que tiene que ver con los intereses creados, con quienes no nos ven con buenos ojos y aprovechan todo para echarnos la culpa” (sic).
A invitación expresa del presidente López Obrador, también intervino en la conferencia de prensa el funcionario responsable de atender la pandemia por Covid-19, el Dr. Hugo López-Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud (SSA). Es médico cirujano, especialista en medicina interna, epidemiólogo formado en la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán” y en la Universidad Johns Hopkins, de Baltimore (Maryland, E.U.).
Cuando se le preguntó a López-Gatell si el presidente es o no fuente de contagio, por su renuencia a vacunarse y a usar cubrebocas, la respuesta del subsecretario de Salud pareció abrirse paso entre el florentino Nicolás Maquiavelo, el alemán Immnuel Kant o el turinés Norberto Bobbio:
“La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio. En términos de una persona, de un individuo que pudiera contagiar a otros, el presidente tiene la misma probabilidad de contagiar que tiene usted o que tengo yo. Usted también hace recorridos, giras y está en la sociedad.”
Unos días después de esta disertación filosófica en el Palacio Nacional, el domingo 22 de marzo, en gira provinciana y ante suculentos platillos regionales, AMLO volvió instó a instar al pueblo que gobierna:
“No dejen de salir. Todavía estamos en la primera fase. Los mexicanos, por nuestras culturas, somos muy resistentes a todas las culturas. Yo les voy a decir cuándo no salgan.”
Por todas partes se han escuchado llamados a la sensatez presidencial. Epítetos y acusaciones de toda índole ocuparon espacios en los medios de información. La Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo llamados velados y abiertos a varios países latinoamericanos, pero en la mayor parte de sus mensajes puso de mal ejemplo la conducta del gobierno mexicano ante el Coronavirus.
El irresponsable desafío presidencial se ha estado convirtiendo, paulatinamente, en epitafio para miles de víctimas mortales de la pandemia. A principios de agosto ya había registros oficiales que superaron los 47 mil decesos, de los cuales la Ciudad de México aportaba una funesta cifra cercana a las 9 mil defunciones.
Una muralla de desdén cómplice y criminal se levanta cual silenciosa protesta ante los muertos. No hay explicación ni justificación suficientes ante este vergonzoso incumplimiento del servicio público. ¿En qué oscuro rincón de relucientes formaciones académicas puede esconderse ahora la “fuerza moral” que hace tiempo debió mostrar, con hechos, no con retórica, el jefe de Estado que tiene México?
El desdén por el sentido común conlleva hoy violaciones y desacato intolerables a la ley, a elementales reglas de salud pública, al estado de derecho, al noble oficio de la política, no de la grilla que suele estar cobijada por la ineptitud de un gobernante, cuya pobreza de resultados está a la vista.
Tienen sobrada razón (social, política y económica), al tipificar con sobradas pruebas la denuncia que presentaron recientemente Jorge Álvarez Máynez y Juan Manuel Ramírez Velasco, contra la negligencia mostrada por el Dr. Hugo López-Gatell en el incumplimiento del servicio público que le fue asignado por su jefe, el presidente de la República.