Los rumores sí son noticia
La velocidad de los rumores de los rumores es asombrosa. Comienzan con verosimilitudes y conforme avanzan, van apoderándose de la verdad. Los rumores deben atajarse para evitar que terminen como ciertos en la mente de las personas, pero lo mejor, en cualquier caso, es evitar que lleguen a producirse, y que en caso de que esto suceda, tengan tan poca credibilidad, que se diluyan de manera natural. Hoy vivimos otra temporada de rumores, donde mensajes transmitidos cientos de veces negaban que el presidente Andrés Manuel López Obrador estuviera enfermo de COVID-19. Los primeros, que se trataba de una treta electoral, no vivieron lo suficiente para asentarse en las mentes de muchos. Pero el segundo estaba desbarrancando a la verdad -que también muchos sí la aceptamos como tal-, de que el Presidente estuviera enfermo de lo que dice y no de otras enfermedades graves.
El vocero de la Presidencia, Jesús Ramírez Cuevas, pidió a los medios de comunicación que no se prestaran a la difusión de rumores, e hizo un llamado a la población en general para que tampoco lo hiciera. Ramírez Cuevas tiene razón en esta coyuntura, pero para desgracia de López Obrador y de su vocero, están sufriendo la cosecha perversa y dañina de lo sembrado. La experiencia debía haber servido para que ambos, sus colaboradores y le legión de voces que reaccionan intuitivamente, revisaran su comportamiento político y lo modificaran. Las redes de López Obrador estuvieron difundiendo la semana pasada un promedio de 900 mil tuits al día para contrarrestar la incredulidad sobre la salud del Presidente, y ni así pudieron neutralizar la sospecha. López Obrador tuvo que difundir un video el viernes para aplacar los rumores, que a su vez generaron otros más, subrayando la dinámica perniciosa en la que nos encontramos.
Los rumores sobre la salud del Presidente surgieron por el mal manejo de la comunicación, y como resultado directo del diseño de las mañaneras. A lo largo de 536 mañaneras, que son las que presidió antes de que lo sustituyera la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, López Obrador enseñó que el universo gira en torno a él. No contento, añadió sus espacios en la arena pública con videomensajes finsemanarios. Es natural que para alguien tan activo y obsesivo con la palabra, el que no se hubiera sabido nada de él despertara suspicacia y generara rumores. Contribuyeron a la magnificación del fenómeno la contradicción de su modelo de comunicación, los partes políticos, que no médicos, sobre su estado de salud. Ramírez Cuevas y Sánchez Cordero hablaban de ella en términos de sus virtudes -optimista, fuerza moral, líder nato-, mientras que el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, se sumó al coro a partir de expectativas, sin seriedad profesional.
Los primeros no tienen ninguna autoridad para hablar del tema en términos clínicos; el segundo es considerado hace tiempo como un merolico irresponsable. Todo esto tiene que ver con la estrategia de comunicación, que es responsabilidad de Ramírez Cuevas, quien no tiene idea de esto. Cualquiera que lo conoce sabe lo limitado de sus capacidades, y sus deficiencias se magnificaron al llegar a un puesto donde la estrategia es la parte central del trabajo. Para lo que resultó eficaz, y una razón de la confianza del Presidente, es para aquello de lo que ahora se queja: esparcir rumores con dolo, y ordenar ataques contra críticos. La salud de López Obrador es otro estudio de caso, donde sus brazos cibernéticos, que se mantuvieron en receso los primeros días de confusión y temor en Palacio Nacional, regresaron al insulto y la descalificación de periodistas el viernes, para intentar cambiar el rumbo de la conversación.
Ramírez Cuevas se quejaba del dolo y los rumores, que fue lo primero que hicieron sus empleados e incondicionales para ayudarle a modificar la opinión cibernética el fin de semana. Es una caprichosa paradoja de la vida el que López Obrador, maestro del rumor y la mentira, sea víctima de aquello en lo que ha sido excelso. Hace unos días, para mostrar sus alcances, se circuló un tuit de hace unos años, donde apuntaba que “se decía” que el entonces presidente Enrique Peña Nieto estaba enfermo, y que era una excelente oportunidad para que renunciara. Socializó un rumor en ese entonces, y lo usó para una acción política. Muchos de esos le han regresado como búmeran.
Rumor y falsedad no fueron que ¿“la pandemia estaba domada”? ¿que la fuerza moral del Presidente impedía que el virus se metiera en su organismo? ¿qué el país marchaba económicamente bien cuando el PIB crecía sostenidamente? ¿qué la imprenta había nacido en México hace 10 mil años? López Obrador ha pronunciado un promedio de siete mentiras en cada mañanera, de acuerdo con Spin Taller de Comunicación Política. Ramírez Cuevas le ha llenado la cabeza a López Obrador de odios, quien no necesita que lo empujen mucho para desatar los que le salen del estómago, y para inducir diariamente a la vendetta. Son tal para cual.
En otras circunstancias, donde la salud del Presidente no estuviera en juego, eso se llamaría justicia poética, donde pagan por lo que hicieron. Lo que han experimentado es una pequeña muestra de que nadie es infalible todo el tiempo y que llega el momento en que se tienen que rendir cuentas. El gobierno está rindiéndolas, y sintiendo los puñales que hasta hace poco sólo encajaba en el corpus nacional. Algo deberían haber aprendido la semana pasada, pero Ramírez Cuevas no tiene remedio; el odio y la polarización que ha desatado lo continuó el fin de semana, sin reparar en lo que viene. El videomensaje del Presidente atajó los rumores, pero no los contuvo. No es para celebrarlo ni mucho menos, y ojalá les sirviera de lección para corregir su actuación difamadora y pendenciera en el futuro, porque la vida les está mostrando una pequeña visión de lo que pasará cuando se acabe su poder.
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