La calle…

Las precampañas están sirviendo para orear ocurrencias y decantar propuestas. De esa avalancha de ideas entresaco una mención a la importancia que tiene la calle.

En una entrevista para El Financiero (8 de enero de 2018) Víctor Hugo Michel preguntó a un integrante del Consejo Asesor lopezobradorista, Alejandro Gertz Manero, sobre la estrategia para combatir al crimen organizado. Gertz respondió: “muy sencillo, volviendo a recuperar lo que hemos perdido, lo que son las calles, la vida cotidiana”. Acierta al subrayar esa variable tan poco atendida, pero ¿qué tan sencillo es recuperar la calle?

Mi generación pasó la infancia y la adolescencia jugando en las vías públicas, los parques y los llanos. Había una sensación de libertad y seguridad en ese espacio común, en el cual los riesgos eran ocasionales. Ese país desapareció. La calle se ha transformado en tierra de nadie, en territorio incierto y peligroso en el cual imponen sus reglas las fuerzas de la ilegalidad.

Lo ilustro con una anécdota vivida en un vagón del metro capitalino. Cuando las puertas se cerraron, un joven prendió la bocina enmochilada de la cual salieron las estruendosas estrofas de “Sanguinarios del M-1”, un popular narcocorrido que relata las maneras de ejecutar a los enemigos del patrón.

¡“Llévese por 10 pesitos los grandes éxitos del Movimiento Alterado”!, gritaba el joven vendedor. Le fue bien. Su producto tenía demanda. Antes de llegar a la siguiente estación apagó el sonido y, mientras cambiaba de vagón, saludó con familiaridad a la pareja de policías que vigilaban los andenes para evitar el ambulantaje.

Este pasaje de cotidianidad retrata al país. Los espacios públicos son propiedad de los ambulantes y los artistas callejeros, de los dealers y las trabajadoras sexuales, de los franeleros y los vecinos que apartan lugares, de los guaruras que cuidan entradas a restaurantes y de los automovilistas que se abalanzan contra los peatones.

La calle, los espacios públicos, están en disputa permanente. Es difícil diferenciar entre los que defienden intereses legítimos de los que promueven agendas delincuenciales.

El paisaje urbano es tan incierto y peligroso porque algunos de los personajes que lo ocupan están afiliados a organizaciones bien estructuradas, controladas por jerarcas con la habilidad para servir a dos amos. Para controlar su espacio se “arreglan” con las autoridades y con el jefe de plaza que representa en ese espacio geográfico a alguna de las 245 bandas criminales que funcionan en estos momentos en México.

El ciudadano sabe que aventurarse por los espacios públicos requiere cautela y suerte porque es imposible liberarnos de nuestra condición de aspirantes a engrosar las estadísticas de las víctimas de delitos. Una consecuencia es que cada vez más vecinos se organizan para la autodefensa, lo que en algunas ocasiones y bajo ciertas condiciones deriva en el linchamiento de los delincuentes. Aunque las posibilidades de éxito ciudadano varían con la fortaleza de la delincuencia organizada en el polígono del que se trate, puede asegurarse que una comunidad organizada reduce la criminalidad.

Tiene razón Gertz Manero cuando asegura que la derrota de los criminales supone la recuperación de la calle. Sin embargo, es insuficiente con identificar el problema para que éste se resuelva.

Será difícil ofrecer trabajos bien remunerados a los jóvenes tentados por la vida loca, sacar al ambulantaje de la ilegalidad y liberarlo de la servidumbre corporativa, erradicar el gusto policíaco por las propinas o enfrentar la cultura de la violencia que alimenta la demanda por los narcocorridos.

Es urgente recuperar las calles para la ciudadanía, sí, pero no será nada sencillo. Tendrá que ser parte de una reforma profunda a la estrategia de seguridad y a la cultura política que incluya, como requisito indispensable, la participación ciudadana en la consecución de la seguridad.

LA MISCELÁNEA

En mi columna del 20 de diciembre de 2017 cometí una imprecisión. Aseguré que la Policía Federal encabezada por Manelich Castilla Craviotto no había atendido a la madre del policía federal Juan Hernández Manzanares, desaparecido el 20 de febrero de 2011 en San Nicolás de los Garza, Nuevo León. Sí la atendieron, aunque ella está insatisfecha.

Twitter: @sergioaguayo
Colaboró Mónica Gabriela Maldonado Díaz

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.