Correcciones, despedidas y otras cosas
En un afán de justicia y también de honestidad profesional, esta columna debe reconocer y enmendar parte de lo publicado ayer.
Dije de la cita del rector Enrique Graue con el Presidente Electo y su reunión en Azcapotzalco con los quejosos estudiantes del CCH:
“…un paliativo político y una derrota estudiantil… (y sobre la marcha de hoy), lo harán sin su rector a quien han echado de su colegio en Azcapotzalco…”.
Calificar la asamblea de anteayer como una derrota es, además de inexacto, injusto.
El gesto de Graue fue valiente y útil, no importa si el pliego se firmó hasta la tarde y fuera del CCH.
El compromiso ya se había asumido públicamente.
Y lo otro, pues es sencillo, los estudiantes no echaron al rector de su colegio. Lo provocadores hicieron su infame trabajo al final de la reunión y pusieron en riesgo la operación completa, Por fortuna fracasaron.
Queda dicho lo anterior, como se dice en la lengua burocrática, “para los fines a que haya lugar”. Lo demás, se queda como está. Y a otra cosa.
VIALE
Muchos hablan de la influencia de Emilio Viale en los reporteros jóvenes.
Yo nunca tuve enseñanza suya, tuve amistad y herencia: el escritorio en el cual trabajo en Crónica era suyo, como el cubículo, como algunos libros suyos dejados como parte del viejo librero.
Y también guardo muchos recuerdos de nuestros tiempos de compartir redacción, horarios y trabajos.
Desayunábamos con Pancho Cárdenas y Raúl Torres Barrón en “La calesa” o el Sanborn’s de Lafragua. Guardo en la memoria una de las mejores crónicas policiacas de todos los tiempos, firmada por Emilio Viale en el viejo Excélsior, donde nos conocimos, en la cual desplegó agudas dotes de observador y cronista singular, seguro del terreno en el cual desenvolvía sus habilidades, en una época en la cual la policía arremetía en serio contra manifestantes o periodistas sin distingo, y era necesario nadar entre peces de peligro.
Viale conocía como pocos la “fuente” policiaca. La única diferencia entre él y otros reporteros asentados en esos terrenos siempre tentadores, fue su honestidad. Emilio fue un hombre íntegro y sencillo, alejado de todo el bluff de los pedantes y la arrogancia de los influyentes.
Su sentido del humor fue ácido y festivo. “Fíjate —me contó un día— cómo son los políticos. Llamaron del PRI porque querían el nombre completo de ‘Pepe Grillo’, quien hace la columna de Crónica. En el conmutador los transfirieron conmigo.
“Una secretaria muy ceremoniosa, me dijo: ¿Usted me podría dar la dirección y el nombre completo del señor ‘Pepe Grillo’?
“Yo le dije, sí cómo no. Es Londres 38 y el nombre completo, es don José Grillo. Así nada más. Al poco tiempo me mandaron una carta del presidente del PRI con un montón de libros horribles, dirigida a don José Grillo”.
Y se reía con una carcajada andina.
Muchos creen en la sabiduría periodística de Viale. Yo entre ellos, pero muy pocos pudieron disfrutar de su otro talento, la preparación del ceviche y la magia de la cebolla morada y el ají amarillo.
Un día en Excélsior, con otro de los peruanos ahí asentados para fortuna de nosotros, Pedro Álvarez del Villar, se suscitó un pleito verbal interminable sobre quién era el mejor cevichero de todos.
—Yo hago el mejor ceviche del Perú, dijo Pedro.
—Pues yo hago el mejor ceviche del mundo, dijo Emilio.
Yo siempre voté por el de Emilio. Cuando conocí a Tania Libertad, quedó desplazado al segundo sitio, pero ésa es otra historia.
SILENCIO
Tras la Marcha del silencio, conmemorada de manera un tanto equívoca ayer, vino hace 50 años la ocupación de la Ciudad Universitaria por el Ejército. Recupero un fragmento del texto de Carlos Monsiváis:
“…Muchas palabras —muertas, desvencijadas, demolidas—habían surgido y habían vuelto a vivir en esos días últimos y en ningún momento como ése, la noche del 18 de septiembre en la CU, adquirían el relieve, la altura que varios sexenios de efusiones demagógicas habían erosionado hasta el punto de extinción.
“Pero advertir esa resurrección de una semántica cívica en el instante en que se trasformaba definitivamente el perfil estatal, podía ser una deformación de oficio. Había que dejar de sentir con nítida y corrosiva agudeza el sentido de los términos ‘solidaridad’, ‘generosidad’, ‘lucidez histórica’, para entender y fijar el contexto: un ejército empeñado en aumentar su poder a cambio de eliminar su prestigio, un estilo de gobierno que seguía confundiendo la ostentación de fuerza con el diálogo y la mudez gesticulante con el silencio de la autoridad, unos medios de comunicación que insistían en hacer equivalentes la transmisión parcial y deformada de noticias con la información crítica…”
REFORMA
La defensa legal del gobierno frente a la estrategia de no aplicar las evaluaciones y el contenido legal de éstas en el ejercicio magisterial, es una sencilla patadita en medio del ahogo.
Desde la Cámara de Diputados ya lo dijo Mario Delgado. No quedará de la reforma ni una coma.
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