Esclavitud en pleno siglo XXI
Desde a Janela
Justo es decir que la esclavitud ha sido una de las instituciones que han acompañado a la humanidad a través de su ya larga historia y también justo es decir que ha estado tan arraigada que está costando muchísimo erradicarla definitivamente de nuestras vidas.
Y digo que está costando, porque pese a tantos manifiestos, leyes e incluso acciones militares, ese mal sigue arraigado de muchas maneras en la vida de la humanidad y los esfuerzos para erradicarla muchas veces han sido vanos, ya sea porque las formas de esclavitud mutan y se van adaptando a los nuevos tiempos o porque simplemente no se hace nada para cumplir con las leyes abolicionistas.
Al inicio del texto me referí a la esclavitud como una institución y es que en efecto durante siglos la esclavitud tuvo esa categoría en las normas que rigieron a los diversos pueblos de todo el mundo y había extensos tratados legales que la reglamentaban de manera muy minuciosa.
Y esa institución que de ninguna manera era una exclusividad de los europeos sobre los africanos, ha estado presente en todos los continentes a lo largo de los siglos e incluso en la ahora tan idealizada América Precolombina existía con un arraigo tan profundo que hasta en nuestros días la encontramos tan viva como en los tiempos previos a la llegada de los europeos.
Ciertamente en las comunidades indígenas ya no existen los cautivos de guerra, que eran una fuente muy grande de esclavos, pero existe la que se da entre las familias y quienes son las afectadas son las mujeres, ya que desde niñas son vendidas por sus padres en un supuesto matrimonio forzoso, que más que matrimonio se trata de una adquisición que realiza la familia del varón.
Y cualquiera que haya tratado con personas que provienen de comunidades indígenas (a las cosas siempre hay que llamarles por su nombre y no es ofensa) muy seguramente sabrá que, dentro de las costumbres de ese tipo de comunidades, las niñas o muchachas que son adquiridas como “esposas” de algún varón por regla general se incorporan a su familia y entran en el escalafón más bajo en una organización jerárquica encabezada por la suegra o incluso por la abuela de con quién se casan y por ello realizan los trabajos más pesados de su nueva casa.
Pero no sólo eso, muchas veces también son esclavas sexuales de su marido, de su suegro o de cualquier otro familiar político que las requiera y como en un caso reciente supimos, las mismas autoridades comunitarias (en los lugares en los que todavía por desgracia existen) se encargan de mantener por medio de la coerción todos esos “derechos” de la familia del varón.
Efectivamente, lo hasta aquí descrito se lee fuerte, pero existe y sigue muy arraigado en amplias zonas del país: Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Veracruz, la Península de Yucatán y en general los lugares en los que todavía existe una fuerte presencia indígena pura y hasta el momento nada se ha hecho por siquiera empezar a erradicar esas costumbres.
La exclusión de esas comunidades al momento de la abolición de la esclavitud en las Américas se dio, porque desde la colonización se crearon dos comunidades que cohabitaron de manera paralela desde el comienzo y que pocas veces se cruzaron en sus modos de vida, por un lado se encontraban las comunidades de europeos, criollos, muchos mestizos y africanos que adoptaron un modelo de vida a la usanza occidental; mientras que del otro lado quedaron los pueblos indígenas y otros tantos mestizos que no salieron de las comunidades y que se quedaron viviendo bajos sus milenarias instituciones.
Esas dos comunidades llegaron a interactuar debido a las actividades económicas, de trabajo, religiosas o hasta de diversión; pero todo siempre fue en un plano público, mientras que en el privado nunca hubo una verdadera mezcla y esa situación perdura hasta nuestros días.
Y en el caso de particular de México, nunca ningún gobierno desde que se abolieron todas las formas de esclavitud se ha interesado por lo que sucede en esas comunidades y siempre se han escudado diciendo que se respetan los “usos y costumbres de los pueblos indígenas” y es verdad, ningún gobierno de cualquier signo político, se ha preocupado por esa situación y sólo se han limitado a modernizar jurídicamente a la comunidad mestiza actual, ignorando olímpicamente a la indígena.
Claro, ahora resulta peor porque supuestamente encabeza el gobierno una persona que según dice que para él los marginados son la prioridad y cuando se le dice que en tal parte del país se venden a las niñas como objetos, dice que esas cosas son excepciones dentro de comunidades que tienen otros grandes valores; sin embargo, me pregunto ¿No basta con conocer un solo caso de violación a los derechos humanos para intentar con todo lo que se pueda remediarlo?
Evidentemente para López Obrador no, porque está más que demostrado que el suyo es el “gobierno del engaño”, ya que todos sus postulados son mentiras y las cosas se están llevando a cabo exactamente al revés de como lo prometió.
Pero más allá de politiquerías y de exigir cuentas a gobiernos incapaces e indolentes, como sociedad civil debemos de obtener una verdadera sensibilidad que nos genere empatía para con esas niñas, muchachas y mujeres indígenas que viven dentro de esa forma de esclavitud que aún perdura.
Sé que esa forma de esclavitud que padecen, no se va a quitar de la noche a la mañana ni tampoco por la fuerza y que la mejor forma de hacerlo es a través de la educación, que incluso debiera de tener asignaturas especiales que valoricen a las mujeres en esas comunidades; porque en las ciudades se dice mucho e incluso lo hacen mujeres que escapan de esa esclavitud y que lucran con la lucha contra el machismo y la defensa de las costumbres indígenas pero que son incapaces de volver a sus lugares de origen para apoyar efectivamente a las que siguen viviendo en la esclavitud.
Hay muchos usos y costumbres indígenas que ya deben de abolirse, siendo uno de ellos la esclavitud femenina y hacerlo sin pensar que se está invadiendo otra forma de vida; porque en este país los derechos humanos están por encima de cualquier otra cosa y así como no deben de juzgarse con criterios del presente los hechos del pasado, sí deben de aplicarse esos criterios para enmendar injusticias actuales por muy antiguos que sean sus orígenes.
Twitter: @FelipeFBasilio