Del beso del diablo con Luis Echeverría a la salvación del infierno con el mesías AMLO
Oportuna, oxigeno puro y en plena cresta del infierno llamado Veracruz, el presidente AMLO realizó su sexta gira de trabajo por la entidad, acompañado del góber Cuitláhuac García, en la que los rigurosos liberales y racionalistas interpretaron como una acción y decisión para salvarlo de las garras del pandemoniúm del crimen organizado.
El presidente Obrador, como todo buen pastor, se paseó, apapachó y hasta comió con su discípulo de la 4T, Cuitláhuac, en el municipio de Cotaxtla-la tierra del expriista y guía de Vía Veracruzana, Felipe Amadeo Flores Espinosa-, en el restaurante ‘El Retorno’, con un buen caldo de Mondongo.
La buena camadería entre AMLO y Cuitláhauc, tiene varios matices, según los pitonizos de la política, en el vértice de la grave crisis de inseguridad pública en Veracruz y moral del aparato político, la reiteración del espaldarazo del novel góber y un mensaje a los capos de la droga y a la mafia del poder: El Estado mexicano no claudicará para restablecer la legalidad y el estado de Derecho en Veracruz; irá con todo el poder público.
Aunque liberales, racionalistas y periodistas críticos mantienen la suspicacia en el dogma del guerrero de la 4T en Veracruz hasta que aporte resultados óptimos y congruentes. Mientras los dichos mesiánicos de AMLO y de su escudero no dejan de ser una mera utopía, una quimera, pues.
Nota: «El beso del diablo». Frase acuñada por el exlíder nacional del PRI, el veracruzano Gustavo Carvajal Moreno, durante el sexenio de José López Portillo (1976/82). Según el periodista Francisco Bustillos, Carvajal le envío mensaje cifrado al senador Gabriel García Rojas, en 1980. Él quería ser candidato a gobernador de Zacatecas y no encontró mejor método que ir en busca de ayuda de quien, según suponía él, mandaba desde “enfrente”, así que una mañana se presentó en San Jerónimo para solicitar el apoyo del exPresidente Luis Echeverría.
Pero Carvajal lo descalificó con la frase célebre: «El que toca a las puertas de San Jerónimo, simple y sencillamente, se quema y truena solo”. Y ahí acuñó lo que hasta hoy se conoce como “El beso del diablo”.