La alborada de la cólera
Las inmediaciones de San Lázaro eran tranquilas este primero de septiembre.
Las estaciones del Metro estaban abiertas, los vendedores ambulantes hacían su magro comercio. Las mínimas protestas no tenían la densidad de años anteriores, mucho menos del sabotaje como cuando Enrique Peña tomó protesta y los vándalos llegaron al incendio y la pedrea con un camión de basura convertido en tanque en llamas.
—Ahora no hay vándalos ni caballos, dijo una señora en el andén.
—No, señora, ahora están todos sentados adentro. Ahora son diputados.
Y ese ambiente relajado, casi festivo, como de inicio de cursos en una universidad de patios recién pintados y jardines verdes por las lluvias de agosto, con la parentela emperifollada, y los miles y millones de selfies y fotos en los patios, los salones, el vestíbulo, la escalinata, eran el pan cotidiano de esa mañana un tanto aburrida en la cual los únicos tumultos eran de camarógrafos y reporteros en pos de los coordinadores parlamentarios en las entrevistas cajoneras y las respuestas sin imaginación.
—Están “chacaleando” (entrevistando a la carrera) a Monreal allá en el patio de atrás, dijo una voz de alerta.
—Tratándose de Monreal, lo más seguro es verlo a él “chacaleando” a los reporteros y —dijo otro.
Lo más inusual, en todo caso, era el paso de fatiga de Porfirio Muñoz Ledo, con el brazo sujeto por un colaborador, en camino al salón del protocolo, en cuyo auditorio atiborrado el secretario de Gobernación, acompañado hasta el de micrófono por Mauricio Farah, secretario camaral, entregó el documento presidencial con el VI Informe, en medio de discursos de enorme cortesía republicana, decoro y buena educación.
Y todo iba de esa tersa manera. Todo eran buenas formas.
Pero en la apertura de la sesión, cuya naturaleza deliberativa Muñoz Ledo se empeñaba en explicar, comenzaron los gritos porque un exhibicionista (Emilio Álvarez Icaza) quiso hablar durante el periodo de posicionamiento de los partidos políticos, en su imaginaria condición de “senador independiente”, a pesar de haber sido postulado por una coalición de partidos de la cual después desertó.
Una cosa es ser independiente y otra ser legislador sin partido. Y sin otras cosas.
El diputado Óscar González Yáñez, del PT (partido por el cual PML fue antaño diputado; ahora lo es por Morena), le ofrece su ayuda al presidente de la Cámara y este, con su eterno estilo irónico, le agradece la oferta, pero le confirma no necesitarla… tanto.
A fin de cuentas Álvarez Icaza dispuso de un tiempo prestado por el PT, mínimo pero suficiente para destilar “sus amarguras personales” (dijo CRM).
Pero tarde o temprano llegaría el verdadero lenguaje de los vencedores. El sometimiento. Apabullar al contrario con la fuerza del griterío, de la protesta, de la sordera, como suele ser en cualquier parlamento del mundo.
Tampoco nos escandalicemos. Sólo guardemos registro para cuando alguien entone el himno de la concordia imposible entre rivales, del consenso imposible entre quienes quieren cosas distintas.
Sin embargo, esa actitud le permitió a Muñoz Ledo definir con una luminosa precisión la circunstancia actual, más allá de promisorio anuncio de la hora cero y la llegada de la Cuarta Transformación.
Si esta columna ha hablado del “neopresidencialismo democrático”; Porfirio lo llamó “Democracia Colérica”.
Y por esa cólera le sepultan el sonido a Claudia Ruiz Massieu, senadora y presidenta del CEN del PRI, quien escucha el interminable conteo del uno al 43 con el cual se prepara el grito de ¡Justicia, Justicia!
Pero después, cuando ella había dicho sobre las lealtades y las mudanzas y los cambios de “lealtades, proyectos e incluso de ideología tan pronto como el poder cambia de manos”, Mario Delgado incendió la tribuna. Fogoso, contundente, emocionado, con una oratoria de la escuela clásica acentuada con gestos y brazos al aire, miradas de taladro y lengua de sentencia, dijo:
“O estamos en la noche de los cínicos o parece que aquí hay varios partidos que no entendieron el mensaje. Se necesita muy poca vergüenza para venir a decir aquí que por décadas han servido al país cuando se han servido del país y lo han saqueado. Entregan un país en ruinas”.
Hoy ya no se aplica aquella frase de Unamuno sobre la imposición de los ganadores. Ya no se puede decirle a Morena, podréis vencer pero no convencer.
Ellos siempre invocarán, para todo propósito, el convencimiento de sus treinta y más millones de votantes.
Y contra eso, nadie puede ni podrá en los próximos 24 años, por lo menos.
SILENCIO
Quizá todo sea producto de la casualidad, pero en días recientes, en medio de rumores diversos sobre el futuro de los medios y su relación con el próximo y ya muy cercano gobierno, algunos notables articulistas han puesto punto final a sus colaboraciones en diversos diarios.
Entre ellos es de lamentarse la retirada de Juan Gabriel Valencia, Hugo García Michel (Milenio). También de José Woldenberg y Lorenzo Meyer (Reforma). Quizá haya otros no advertidos por esta columna, pero no parecen estos los tiempos propicios para callar.
O ser callado.
Si el periodismo es, como todos sabemos, una forma de hacer política, las transformaciones del todo, se reflejan en las variaciones de las partes.
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