ELECCIÓN Y APAGÓN
En veinte días (el próximo domingo 2 de junio) se efectuarán las elecciones más inusitadas, complejas y riesgosas de la historia política de nuestro país.
La contienda está considerada como la más violenta por los homicidios de candidatos de todos los partidos políticos, a manos de la delincuencia organizada.
En un país polarizado e inmerso en una crisis de violencia, hay amenazas electorales de criminales que pudieran convertirse en tragedias políticas.
Mientras, el partido en el poder difunde encuestas a modo (el que paga manda) que favorecen ampliamente a sus candidatos, muy en especial a Claudia Sheinbaum que disputa la presidencia de la República para dar continuidad a la 4T.
Esas mediciones posicionan –por breve tiempo– a los aspirantes y también impulsan e inhiben a los votantes.
¿Qué sucedería si el día de la elección se presentan fallas tecnológicas y apagones masivos?
Imagínense unos comicios de tal magnitud sin internet (no funcionaría la telefonía celular), sin luz, sin televisión, sin radio y con diversas comunicaciones interrumpidas. ¡Sería el caos!
¿Cómo podría el INE obtener los resultados de una elección sin pies ni cabeza?
¿Cómo un gobierno podría sobrevivir políticamente ante un desastre tecnológico de tal naturaleza?
Los apagones han sido constantes y graves; han dejado a oscuras a diversas entidades –incluyendo a CDMX–, provocando pérdidas millonarias de diversas industrias.
Las autoridades responsables del sistema eléctrico sostienen que los cortes de luz se deben a quemas de pastizales o a la generación de energía renovable.
Otros sostienen que son consecuencia de imperfecciones en la generación de energía eléctrica y falta de gas natural.
Los apagones son producto de la negligencia gubernamental y políticas erróneas.
El expresidente Felipe Calderón responsabiliza a la política energética del gobierno de AMLO “por la ineptitud, ignorancia y arrogancia de quienes manejan el sector”.
Esas deficiencias eléctricas me recuerdan el filme Dejar el mundo atrás, exitoso thriller psicológico de Netflix que conduce al espectador a recordar la fragilidad de la normalidad y lo impotente que es el ser humano ante un colapso tecnológico.
En esta historia se hace también una clara referencia al poder económico y político que pueden influir para desestabilizar a una sociedad ávida de paz y tranquilidad.
En este drama apocalíptico –donde Julia Roberts es la actriz protagónica-, se hace mención de que una operación militar de tres etapas es capaz de derrocar al gobierno de cualquier país a partir de ciberataques y hackeos a la red nacional.
La primera etapa es el aislamiento. Por eso la electricidad, los medios de comunicación y los principales transportes empiezan a tener graves desperfectos.
La segunda etapa consta de ataques encubiertos que impulsan a la desinformación.
Y la etapa final es un golpe de estado en donde los ciudadanos se opondrían al gobierno y lucharían entre ellos.
En tanto, desde la mañanera surge la voz de mando, la voz de la “razón”: “hay que decirle a la gente que tenemos capacidad de generación de energía”.
Claro, con su estampita religiosa y con su billete de a 200 pesos, siempre tiene otras ocurrencias, otros datos.
Los ciudadanos exigen un proceso electoral pacífico, para votar libremente y sin temor alguno.
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