El Presidente que desprecia la ciencia
El COVID-19 ha metido en contradicciones al presidente Andrés Manuel López Obrador. En su narrativa y en sus convicciones ideológicas. Mantenerlas ha puesto en entredicho su palabra, pero al mismo tiempo, aferrarse a ella y demorar las medidas de contención del coronavirus, puede poner en riesgo la vida de miles de mexicanos. Esto, a menos que la metafísica espiritual de López Obrador sea correcta, y lo que están haciendo países capitalistas y neoliberales, comunistas y keynesianos, esté mal. Los enfoques son distintos. En el mundo se apoyan en la ciencia y elaboran modelos matemáticos para enfrentar un virus que ha causado más de seis mil muertes. López Obrador no cree en la ciencia. La sociedad del conocimiento no es lo suyo.
Este domingo estuvo de gira en la costa chica de Guerrero y repitió su discurso de la corrupción, los conservadores y la minoría rapaz. Y en medio de la perorata afirmó: “No nos van a hacer nada los infortunios, las pandemias, nada de eso”. López Obrador está atrapado en la endogamia. La pandemia tiene una solución, sugiere, a partir de la lucha contra la corrupción y de su fe religiosa en el cambio, no en la ciencia. Un día antes en Xochistlahuaca, en la misma región de Guerrero, demostró lo que piensa de la pandemia al tomar a una niña en brazos y plantarle un beso.
Al Presidente no le importa lo que sucede en el mundo. Ignora una realidad en la que no cree. Así lo hizo en 2009, cuando la crisis del H1N1, cuando criticó las drásticas medidas del presidente Felipe Calderón y continuó su gira preelectoral. Pero en aquél entonces sus acciones sólo ponían en riesgo a su persona y a su entorno. Ahora, como jefe del Ejecutivo, lo que haga o deje de hacer definirá la suerte de 130 millones de mexicanos.
Todos los gobiernos están actuando sobre incertidumbres para paliar la crisis. El único que no, por voz de López Obrador es México. Salvo Angela Merkel de Alemania, y Vladimir Putin de Rusia, ningún líder del mundo estaba al frente de su gobierno cuando la crisis de hace 10 años (Xi Jingping, de China, era vicepresidente), por lo basan sus acciones en información técnica y científica. Las tomas de decisión tienen ese fundamento, no uno basado en creencias y actos de fe. En este momento, ni siquiera la Iglesia Católica ha apelado a ellos.
La narrativa del Presidente ha chocado con la realidad. Minimizar la pandemia, que le ha generado a México y a otros países críticas veladas de la Organización Mundial de la Salud por no estar atendiendo con seriedad y prontitud la crisis, ha provocado que crecientemente lo estén ignorando en México. El viernes, varios gobiernos estatales, universidades y empresas, hicieron caso omiso a lo que dicen en las comparecencias matutinas en Palacio Nacional, y tomaron sus propias decisiones. El gobierno comenzó a tomar algunas decisiones graduales, aunque tímidas, contra la multiplicidad de mayores restricciones en todo el mundo. Por ejemplo, Estados Unidos y Francia comenzarán a limitar transporte aéreo y terrestre doméstico, Holanda se cerró, Alemania empezó a cerrar sus fronteras y Austria prohibió reuniones de más de cinco personas. Sudáfrica, con la mitad de los casos de México, decretó una emergencia nacional.
Lo mejor que tiene el mundo en materia de crisis y epidemiología, está volcado para controlar la pandemia. Para López Obrador, esta batalla mundial contra el COVID-19, choca con su postura ideológica. En su gobierno, no es la capacidad lo que cuenta, sino la honestidad. Estamos claros de ello. El comité de emergencias del gobierno se instaló en enero, después de que se hiciera evidente en el mundo la epidemia en Wuhan, donde el Presidente responsabilizó a la Secretaría de Salud del tema.
Pero hasta ahora, no le han presentado ningún ejercicio de simulación sobre la evolución del virus y el número de contagios y muertes que va a ir produciendo, junto con la capacidad hospitalaria y el costo que va a representar. Esto no está en su mente, porque López Obrador no cree que la pandemia es real, sino producto de la propaganda, y que existe un exceso injustificado en la alarma global. Si el Presidente estuviera viendo esa simulación, que son modelos matemáticos, quizás empezaría a entender con palabras no enfrenta la pandemia. Pero él está bien, el mundo mal.
Por ello, siguiendo su racional, no se hicieron compras de medicamentos e insumos a tiempo, por lo que, al momento de elevarse el número de contagios, habrá déficit de tratamientos y equipo -como respiradores- para este nuevo tipo de neumonía. Al Presidente no le han hecho ninguna evaluación de riesgos, por lo que no han tomado precauciones para evitar ser el contagio. Lo más evidente es su constante paso por aeropuertos, principal fuente de contagio. Si el Presidente es irresponsable consigo mismo, con su esposa e hijos, ¿qué se puede esperar con el resto de los mexicanos?
Las acciones graduales y limitadas para enfrentar con agresividad el contagio, no las han instrumentado porque el Presidente aplica una racional ética -México no impedirá el ingreso de nadie-, sin entender que la contención ayuda a ralentizar el contagio, con lo cual permite que los sistemas de salud puedan lidiar con los infectados. La información que tiene el Presidente es que el sistema tiene la capacidad para enfrentar los casos como en la neumonía estacional, pero tampoco le han hecho el ejercicio del número de camas y tratamientos en relación con la velocidad con la que avanza el COVID-19, si no se va conteniendo. Italia, que hizo lo que México está replicando, es un gran ejemplo: ayer registró la dramática cifra de 368 muertos en un día. Veamos lo que puede pasar si no cambian las cosas.