Conspiradores sin castigo
PLANA MAYOR.
La deslealtad, conspiración y traición, vicios milenarios arraigados en el ser humano, ha hecho raíces en los partidos políticos. El mal corroe principalmente al partegüas del viejo PRI en Veracruz. Ha nadie le preocupa combatirlo. Todos se retroalimentan de la maquinación.
En 1997, corría el penúltimo año del régimen de Patricio Chirinos Calero -el que nació en Tamuín, San Luis Potosí y presentó acta de nacimiento falsa de Pánuco-, y estaba en su apogeo la fiebre del juego sucesorio de Veracruz, donde se registró la peor debacle en la historia que haya sufrido el entonces partido gobernante.
Al frente del PRI lo lideraba el moralino y polémico exsecretario general de Gobierno, Miguel Ángel Yunes Linares, quien anhelaba suceder al poderoso extitular de la Sedue, asesor del presidente Carlos Salinas de Gortari y gobernador de Veracruz, Patricio Chirinos.
Chirinos era conocido en las altas esferas del poder público como «La ardilla» -por aquello de que siempre se la pasaba en Los Pinos- y el dirigente estatal del PRI, Miguel Ángel Yunes, se jugaba la vida política en la renovación de los 203 municipios – en ese entonces- que a la postre le daría en automático el boleto para suceder a su jefe y amigo.
El entramado ya estaba cocinado y daba por un hecho que el tricolor arrasaría en los comicios de 1997, pero en la selección de candidatos a las alcaldías surgieron los contras por la forma vertical que palomeó a los aspirantes –el desaseo, el trastupije y la imposición- y los conspiradores en los entresijos del poder público.
Vivo ejemplo de ese vórtice de la cúpula del PRI lo sufrió en carne propia la exdirectora de Enseñanza Media, Rosario Piña Sánchez. Sus protectorados y cortesanos le auguraban un cómodo triunfo por la alcaldía de Xalapa, ante su más cercano y serio adversario: el exrector de la UV, Rafael Hernández Villalpando, abanderado del PRD-Convergencia, hoy Movimiento Ciudadano.
En la primavera de 1977, Miguel Ángel Yunes, incondicional y brazo derecho del gobernador Patricio Chirinos, extitular de la Sedue –hoy Sedesol-, quien sucedió a Luis Donaldo Colosio, triunfalista, indolente y obcecado, daba por contado que el PRI tendría casa llena en la mayoría de los 203 municipios.
Chayo Piña hasta se dio el lujo de resguardase en su camioneta para no empolvarse los zapatos en los mítines de adhesión a su candidatura. La actitud de Piña, la polarización del gobierno de Chirinos –curiosamente, se negó a rendirle un homenaje público al malogrado candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio-y la beligerancia de Yunes, desembocó en el desastre del tricolor.
La capital del estado y 106 municipios pasaron a manos de la oposición. Villalpando se convirtió en el primer alcalde de oposición que gobernó Xalapa, hoy, por cierto, candidato a la diputación local por el distrito urbano por Morena. De Yucatán a tierras xalapeñas. En el baúl quedó la bigamia de su desafuero a la alcaldía del 28 de septiembre de 2000, orquestado por el gobernador Miguel Alemán Velasco y ejecutado por Ignacio González Rebolledo, líder cameral.
De esa sombría fecha para acá, el viejo PRI se vino desfondando, gracias al oprobió de sus conspiradores y de sus dirigentes sin ninguna penalización que haya emitido el elefante blanco de la Comisión de Honor y Justicia.
Los notables priistas encabezados por Gonzalo Morgado Huesca, Carlos Rodríguez Velasco y Fidel Herrera Beltrán, a tras bambalina, fueron identificados como los autores intelectuales del boicot de la jornada electoral donde el PRI sufría el grave revés histórico en Veracruz.
El Waterloo priista provocó la concatenación deseada: la derrota amarga había sorprendido al gobernador Patricio Chirinos que no daba crédito al revés estridente que sufrió su principal operador de lujo. Y de tajo se esfumó el sueño para que el exdirigente estatal priista lo sucediera en el cargo.
Miguel Ángel, iracundo, dolido, ardido, lanzó su dardo para denunciar a los traidores que hicieron morder el polvo al PRI y a su proyecto sexenal y personal. Sin digerir sus rabietas abdicó a la dirigencia del PRI, refugiándose en la Ciudad de México.
Los conspiradores habían logrado fracturar al delfín de Patricio Chirinos. Evidenciaron el revanchismo y la lucha sórdida, que hoy con sus matices sacude a Veracruz con el mismo actor pero en el frente de la alianza PAN-PRD y desde el Poder Ejecutivo.
El fango, el lodo y miasmas que contaminaron el intríngulis de poder público los exgobernadores Miguel Alemán Velasco, Fidel Herrera Beltrán y Javier Duarte, fue el tiro de gracia que le dieron al viejo PRI en los comicios recientes del 2000, 2004, 2016 y 2017 y que amenaza con repetir en las elecciones de 2018.
Nunca de los nunca la Comisión de Honor y Justicia de la cúpula estatal del vapuleado y anquilosado tricolor, creado por Plutarco Elías Calles, emitió juicio alguno contra los maquinadores del revés histórico electoral de 1997 y, mucho menos del tsunami de 2016, hoy gozan de cabal salud.
El octogenario PRI bajo la conducción del rescoldo duartista y novel dirigente Américo Zúñiga –bajo sospecha de corrupción por la actual comuna de Xalapa en poder de Morena-y confidente del aún precandidato priista Pepe Yunes Zorrilla, retroalimenta al instituto político con los orquestadores de aquellos epitafios.
Gonzalo Morgado Huesca, Carlos Rodríguez Velasco y los amanuenses de Fidel Herrera Beltrán: María del Carmen Pinete y Juan Nicolás Callejas Roldán, entre otros priistas de viejo y nuevo cuño.
Con este capital, el PRI Pepe Yunes pretende derrotar a la alianza cleptocrática del PAN-PRD –hoy dueños del destino de los veracruzanos-y el milagro de Morena, que de antemano se percibe titánico.
Sin autocrítica, revistiéndose de traidores y de políticos de baja estofa –carroñeros y del fango-, el tricolor tendrá que aportar algo más que juventud para convencer a los votantes que son la alternativa sin el sospechosismo de corrupción o ligas con el crimen organizado de sus cuadros y militantes priistas. ¿De acuerdo?
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