Ausencia
Foto: Ilustración
En una de sus ocurrencias mañaneras (junio de 2021), Andrés Manuel López Obrador decidió enlistar los motivos (“razones”, las llamó), por lo que se debería llevar a juicio a Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000), Vicente Fox Quezada (2000-2006), Felipe Calderón (2006-2012) y Enrique Peña Nieto (2012-2018).
No sorprendió la jactancia en el estrecho vocabulario presidencial. Se sumaría a lo que faltaba: la rifa del avión presidencial de Peña Nieto, la demanda de “disculpas” al Papa Francisco (Jorge Bergoglio), al gobierno de España, etcétera.
Ya transcurrió más de la mitad del mandato presidencial. ¿Hay resultados positivos para la sociedad que eligió, así haya sido por una ínfima mayoría esperanzada? México enfrenta una peligrosa y gran ausencia.
Esperanza que se acrecienta sin resultados. Por el contrario, mientras aumenta el crimen organizado, se multiplican los asesinatos y los desafíos descarados (e impunes) a las autoridades de todos los niveles (judicial, administrativa y aun militar); brotan por todos lados los vacíos de autoridad, poder y buen gobierno. Es decir, las esperadas buenas cuentas de tan delicada responsabilidad, se esfuman a falta de resultados perceptibles en el trabajo presidencial.
De poco o nada sirven las amargas lecciones dejadas por los gobiernos transcurridos desde Luis Echeverría Álvarez hasta Enrique Peña Nieto. Por el contrario, se repiten, agravados, los abusos y presuntos errores de conducción política y de gobierno, que vuelven a colocar al país ante lamentables escenarios de insatisfacción social, castillos de naipes erigidos sobre promesas incumplidas,
Por lo que hace al partido en el poder y a quien presuntamente lo controla (AMLO), todo parece indicar, que los fundamentos esenciales de la política, registrados y avalados por los clásicos: visión, alcance, objetivo y principios, son incómodos estorbos para el mando absoluto.
En consecuencia, un amplio y creciente sector de la sociedad, empieza a convencerse de que la transformación encaminada al cambio prometido por el dirigente tabasqueño (aunque nunca explícito) ha ido consolidando derroteros diferentes a los pregonados inicialmente, salpicados, eso sí, por una travesía anecdótica y aun tormentosa, inusual en un jefe de Estado… excepto en AMLO.
Prevalece su virulenta batalla personal contra algunos periodistas y medios de comunicación que ejercen la libertad de expresión y la crítica, pero no le son afines. La realidad política que viven AMLO y sus asesores (que los hay), es impensable admitir en la nomenclatura de las libertades democráticas, las de expresión y opinión. Las peroratas habituales en que están convertidas las “mañaneras”, son campo exclusivo para el fragoroso emplazamiento: “Conmigo o contra mí”, La crítica destructiva es artillería retórica exclusiva de la 4T.
Las diatribas contra el ahora antidemocrático Instituto Nacional Electoral, que reconoció su triunfo en 2018, son cotidianas porque, con AMLO al frente, sus huestes siembran así suspicacias para demandar que desaparezca la autoridad electoral y sea reemplazada “por el pueblo”. La explicación es casi pastoral: ”el poder dimana del pueblo”, es decir, de la sociedad civil en traducción libre, para que ésta (la sociedad) se encargue de la ahora muy manoseada “consulta pública” sobre la revocación del mandato. Y si el poder alcanza, el pueblo así investido se podría encargar hasta de las elecciones presidenciales de 2024.
Pero hay más. Hace meses que el poder intrínseco de la presunta autoridad moral, creció con el omnímodo poder justiciero del presidente, quien con frecuencia condena, acusa, absuelve, perdona, sanciona o fija penas al margen de las autoridades legítimas. Impone su poder, pues: aprueba pagar el daño económico causado por tal o cual falta punible ante la ley, aunque luego deje vacíos por llenar, práctica que se repite, incluso acobijada sin miramientos. Basta la palabra del poder.
Eso pareció ocurrir en cada una de las melodramáticas fases del resbaloso caso Odebrecht, cuyos pormenores se llevó a la cárcel Emilio Lozoya Thalmann, quien supuso que sus infidencias le valdrían la libertad. Se desparramaron sobornos por 10.5 millones de dólares, para obtener contratos de obras públicas mexicanas que rindieron utilidades por más de 39 millones de dólares. Los pagos fueron para el entonces director general de Pemex, Emilio Lozoya Austin, presuntamente el dinero fue a dar a la campaña de Enrique Peña Nieto (tema que AMLO no toca ni con el pétalo de una rosa), e involucraron a su madre, su esposa y una hermana de Lozoya). Preso en España, Lozoya fue extraditado a México entre “ventaneos” desde el poder, de lo que iban a ser “espectaculares revelaciones”. Entre ellas, según la periodista Carmen Aristegui,18 horas grabadas sobre sobornos a legisladores para que aprobaran en 2013 la Reforma Energética impulsada por Peña Nieto. El gozo se vino al pozo, se quedó dentro. Parece que Lozoya no reveló todo lo que sabía, e incluso regresó a la cárcel.
Y eso que un día, recién llegado de España, desde el poder fue equívocamente absuelto y se lo creyó: Ya se arregló todo.
Ahora, convertido con frecuencia en investigador y severísimo juez, el presidente ya estableció que el zafarrancho entre aficionados de los equipos de futbol Querétaro y Atlas, armaron la gresca grande en el estadio de La Corregidora, el 5 de marzo último (con un saldo de 26 heridos), por culpa de los neoliberales.
Las emboscadas, los atracos, los asesinatos, las violaciones, el alza de precios, la miseria, ¿serán campaña de conservadores y neoliberales contra la sufrida 4T?
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