El Espíritu del Legislador
EN EL LLANO
Foto: Tomadas de Internet.
El espíritu de las leyes (l’esprit des lois) es una valiosa e imperecedera obra del filósofo francés Charles Louis de Secondat, Barón de Montesquieu, publicada en 1748, en la que enaltece la separación de poderes.
Claro, Montesquieu piensa en la separación de poderes en una monarquía constitucional, como garantía contra el despotismo, pues su modelo político es la monarquía inglesa. Pero dejó para la posteridad ese principio invaluable de todo gobierno democrático y republicano (actualísimo hoy), que impone la necesidad de contrapesos al Poder Ejecutivo, vía los poderes Legislativo y Judicial, para alejarlo del autoritarismo y de la dictadura.
Montesquieu apunta que cada tipo de gobierno surge a causa de la Naturaleza propia de su organización social, y se fortalece en virtud del cumplimiento de sus respectivos principios. De ahí que haya definido a la Virtud Política como el Principio íntimo de la República; al Honor, como Principio esencial para la Monarquía y al Miedo como Principio vital para el Despotismo.
Hace más de dos siglos y medio, el Barón de Montesquieu estableció la inconveniencia de que los poderes ejecutivo, legislativo y judicial se concentraran en una sola persona. No olvidemos que en su época tres eran las fuerzas sociales y políticas: el rey (poder ejecutivo), la aristocracia y el pueblo (las Cámaras de los Lores y de los Comunes).
En el desarrollo de su política, clasificó los gobiernos en tres clases: los republicanos (aristocracia y democracia), los monárquicos y los despóticos.
En el gobierno monárquico el rey tiene el poder, pero lo hace con apego a ciuertas leyes ya establecidas. En un gobierno republicano, el pueblo (aristócrata o demócrata), o una parte de él conserva el poder soberano y es el responsable de hacer las leyes. En el gobierno despótico solamente una persona ejerce el poder sin leyes que lo acoten e impone sus caprichos personales.
Son vastos los fundamentos descritos y analizados por Montesquieu en El espíritu de las leyes. Por ahora detengámonos en el eje rector clave (para el México del siglo XXI): el gobierno republicano, el hacedor de leyes para reforzar y cuidar el indispensable equilibrio de poderes, acompañado de sus propias virtudes, también descritas por el célebre filósofo francés: el amor a la patria y a las leyes, la consagración del individuo por la colectividad, un sentido de igualdad social de los seres humanos ante la ley, de modo que todos asuman que son ciudadanos que viven por y para la comunidad.
Para reflexionar: el gobierno republicano hace las leyes para preservar el equilibrio de poderes, pero también para hacer del ciudadano, que vive por y para la comunidad, el eje rector de la vida de la República.
En este México de 2018, ¿se cumplen las condiciones para identificarnos con una nación republicana y democrática, con la existencia de genuinos contrapesos del poder central?
¿Cumple el Poder Judicial con su deber de impartir justicia sin distinciones de clase, con la necesaria independencia del Ejecutivo?
¿Cumple el Poder Legislativo, al que suelen llegar recomendados del Poder Ejecutivo, con su obligación de legislar mirando en todo por el bien de la nación?
Creo que no, mientras no nos apartemos de la nociva costumbre heredada por 80 años de autoritarismo, que lleva al Poder Legislativo a mexicanas y mexicanos simplemente para hacer mayoría en las votaciones, y no a ciudadanas y ciudadanos (que los hay de sobra, sin duda), con talento y preparación para legislar.
El Espíritu de las Leyes no aparece por ningún lado (no por ahora) en el espíritu del legislador.