Cardenal arruina viaje del Papa a Chile; lamenta defensa del pontífice a un obispo encubridor de cura pedófilo

El cardenal de Boston, Sean Patrick O’Malley, en la Basílica de San Pedro. GETTY

  • La polémica, que arruinó el viaje a Chile, crece con un comunicado de O’Malley, titular de la comisión antipederastia, que señala: «Estas palabras relegan a los sobrevivientes al exilio desacreditado”

El papa Francisco, en Perú.  PIERRE COBOS / EFE

EL PAÍS / CHILE.-  La iglesia chilena confiaba en que el viaje del Papa serviría para sacarla del pozo en el que está instalada por los escándalos sexuales de abusos a niños, pero más bien parece haberla hundido aún más.

Todo el mundo interesado en este viaje ha descubierto los pormenores del caso Karadima, uno de los más paradigmáticos de los centenares que afectan al catolicismo en todo el mundo.

Pero ¿por qué es tan relevante? ¿Qué hace que el propio Papa se haya animado a desautorizar a las víctimas y exigirles que presenten alguna prueba de que el obispo Juan Barros, uno de los pupilos de Karadima, fue testigo de los abusos? “El día que presenten una prueba contra el obispo Barros hablaré. No hay ninguna. Todo es calumnia. ¿Queda claro?”, espetó un Papa visiblemente molesto a la prensa.

La frase del Papa no solo indignó a las víctimas. Incluso el cardenal Sean O’Malley, de Boston, encargado por el Papa de liderar la comisión antipederastia, fue durísimo con él, algo inédito en la Curia.

«Es comprensible”, dijo en un comunicado publicado el sábado, que los comentarios de Francisco en Chile, «sean una fuente de gran dolor para los sobrevivientes de abusos sexuales por parte del clero o cualquier otro perpetrador”. “Palabras que transmiten el mensaje ‘si no pueden probar sus afirmaciones, entonces no se les creerá’ abandonan a quienes han sufrido reprobables violaciones a su dignidad humana y relegan a los sobrevivientes al exilio desacreditado”, remató O’Malley, que sin embargo insistió en la voluntad sincera de Francisco de acabar con la pederastia en la Iglesia. Sin embargo, la comisión que dirigía O’Malley ha cumplido tres años sin resultados y no está nada claro su futuro.

El caso Karadima viene de lejos, y ha arruinado la imagen de la Iglesia chilena, hasta el punto de que Chile es ya el país de Latinoamérica en el que menos personas se declaran católicos. Fernando Karadima dirigía la iglesia de El Bosque, en el barrio de Providencia, la preferida por la clase alta chilena.

Allí trenzó contactos e influencias en toda la élite durante la dictadura de Pinochet y los mantuvo después, con la recuperación de la democracia. “Era amigo de los principales grupos económicos y de todos los generales importantes de Pinochet. No era un cura de pueblo. Fue muy difícil enfrentarse a su poder”, relata Juan Carlos Cruz, una de sus víctimas, hijo como los demás de una conocida familia de Santiago, y ahora directivo de una multinacional, que aún hoy, casi 30 años después, no puede perdonarse a sí mismo cómo permitió que Karadima le dominara hasta ese punto cuando era adolescente.

En el origen social de los abusados está una de las claves del daño enorme que el caso ha hecho a la Iglesia chilena y ahora al Papa, que ha decidido enfrentarse a Cruz y las otras dos víctimas, el médico gastroenterólogo James Hamilton, y el doctor en filosofía José Andrés Murillo, dejándoles de mentirosos al insinuar que su testimonio sin pruebas no vale. “Como si uno hubiese podido sacarse una selfie mientras Karadima me abusaba con Juan Barros parado al lado viéndolo todo”, le contestó rápidamente en twitter Cruz. Hamilton publicó una caricatura del Papa en la que supuestamente el Pontífice decía: “para creer en nosotros tienen que tener fe, pero para que yo crea en ustedes me tienen que traer pruebas”. Son personas de clase alta, muy formadas, no son los niños sordos pobres abusados en el Próvolo, en Argentina, que también han generado un gran escándalo local pero tienen serias dificultades para defender su caso.

Cruz, Hamilton y Murillo están dispuestos a todo con tal de cambiar la forma en la que la Iglesia se enfrenta a este problema y tienen mucha credibilidad, porque no tienen nada que ganar en esta historia. “¿Por qué tres personas como nosotros, con la vida resuelta, James y José Andrés con hijos, íbamos a inventarnos una historia así, a exponernos así en televisión?

La gente entiendo eso y nos creen”, relata Cruz. Por eso el caso, con víctimas tan reconocibles, y la decisión del Papa de defender a Barros y permitirle que estuviera en todas las misas ha hundido el viaje a Chile, uno de los más difíciles de sus cinco años de pontificado. Barros insiste en negarlo todo, dice que nunca vio nada, pero la Iglesia, después de muchos años de lucha de las víctimas, admitió en 2011 los abusos de Karadima y le apartó a un convento en Santiago. Barros lo tuvo 37 años como guía espiritual, estaba siempre a su lado, y lo defendió hasta que fue condenado. Ahora dice que no sabía que abusaba. Cruz insiste en que estaba a su lado mientras lo hacía.

El asunto de la pederastia se ha convertido en la gran prueba de fuego de Francisco, que puede arruinar una imagen internacional que era inmejorable. Precisamente en Chile, promovido por estas tres víctimas que hablan varios idiomas –Cruz vive en EU- y tienen contactos internacionales, se empezó a fraguar un grupo de presión que incluye a víctimas de nueve países diferentes. En Santiago estaba con ellos Peter Saunders, que dimitió de la comisión de víctimas del Vaticano por falta de colaboración. Francisco generó ilusión en algunas víctimas de que con él cambiarían las cosas en el Vaticano. Tras cinco años de papado, al Pontífice argentino le ha llegado la hora de los resultados. En Chile ya ha visto que no le dejarán tranquilo hasta que tome decisiones firmes.

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