¿Qué harías tú frente a un atracador?
No nos vendría mal un baño de realidad antes de exigirle a Andrés Manuel López Obrador que se envuelva en la bandera y mande a Donald Trump a donde todos quisiéramos enviarlo. Para nuestra desgracia eso equivale a mentarle la madre a alguien que nos tiene encañonados y nos pide la cartera.
Tal es la situación en la que estamos ante la amenaza de la Casa Blanca de imponer tarifas a todos los productos procedentes de México. Podemos consolarnos comprando el argumento de que el más perjudicado por este gravamen sería el consumidor estadounidense, porque tendría que pagar más por los aguacates y los autos que cruzan la frontera; pero no nos engañemos, a la postre somos nosotros los que asumiremos la factura. Primero, porque perderemos mercado a medida que otros países comiencen a sustituirnos con precios más competitivos. Particularmente si Trump desencadena su peor escenario y eleva las tarifas hasta 25 por ciento en octubre. Segundo, porque las inversiones que están en proceso y las que podrían venir para fortalecer la planta productiva mexicana de cara a la exportación se paralizarían de inmediato; eventualmente, incluso algunas empresas ya instaladas podrían retirarse (cosa que ha presumido el propio presidente). Y tercero, porque en el momento en que se desate una guerra de tarifas comerciales y represalias entre los dos gobiernos, el mundo financiero no tendrá dudas sobre el vencedor de la contienda y con quien alinearse. Basta ver el efecto sobre el peso que provocó el tuit de Trump, no es el dólar el que sufre sino nuestra moneda. Esos que critican a AMLO por su supuesta tibieza, son los primeros que resguardan su patrimonio en dólares. En suma, la depreciación del peso, la salida de capitales, la calificación adversa de la salud financiera del Gobierno y de las empresas nacionales provocarían terribles efectos multiplicadores. Los mexicanos lo pagaríamos con más desempleo y con recesión. El Presidente podría desafiar al matón y encerrarse luego en Palacio Nacional, pero sufrirían muchas familias, empresarios pequeños y grandes, regiones completas del País.
Tenemos que entender que el TLC y un modelo entregado a la apertura comercial y a la integración con las redes productivas de Estados Unidos tuvieron efectos importantes en la modernización, pero terminó por aumentar la dependencia. Hoy somos rehenes de nuestra extrema vulnerabilidad.
En su lógica narcisista y abusiva, Trump tiene muy claras sus razones: “¿quieres ponerte humanitario con los inmigrados centroamericanos? Quédatelos en tu país, no me los mandes. Y si persistes en mandármelos te castigo”.
No se trata de ver cuál de los dos es más machito, como han querido ponerlo las redes sociales y los adversarios de AMLO. No es la dignidad del Presidente la que está en juego sino su responsabilidad con el resto de los mexicanos. La situación de López Obrador es la que tendría un padre que es asaltado en carretera con sus hijos en el auto. Ni la razón, ni el honor, ni la ética asisten a los asaltantes, pero son ellos los que tienen la pistola y apuntan a la familia. La reacción más inteligente no pasa por responder a los insultos, sino por aquella que permita sacar a los que dependen de nosotros en esa coyuntura. La pregunta que cualquiera nos haríamos en esa situación es ¿cómo apaciguar a los agresores sin perder la dignidad o entregar algo que nos causa un daño irreversible? “No, no te puedes llevar a mi hija, negociemos qué puedo entregarte para que levantes la amenaza”.
Esa es justamente la consigna que lleva Marcelo Ebrard a Washington. Trump no va a ceder pues asume que tiene todas las cartas a su favor. La única manera en que aceptaría olvidarse de su represalia es haciéndole pensar que su amenaza ha tenido éxito.
La estrategia del Gobierno mexicano tendría que ser doble: primero un cabildeo que aumente la inconformidad de actores poderosos que se oponen a la medida y, segundo, ofrecerle a Trump un recurso que le permita una salida victoriosa, al menos a sus ojos. Es decir, que México ha comenzado a hacer algo más para evitar los flujos crecientes de centroamericanos que llegan a Estados Unidos.
Regresando al símil de la carretera, se trata de hacerle ver a los secuaces del matón que un crimen grave pone en riesgo a todos y, por otro lado, ofrecer algo al líder para convencerle que ha ganado y retire su amenaza. La carta de López Obrador y las acciones de Marcelo Ebrard van en ese sentido, una aproximación cuidadosa que mantiene la puerta abierta para un acuerdo negociado y, a la vez, dejar en claro que, en el peor de los casos, estamos dispuestos a pelear hasta las últimas consecuencias.
Es una terrible mezquindad el canibalismo de los que intentan sacar ventaja facciosa golpeando al gobierno en esta negociación, en última instancia es a otros mexicanos a los que están golpeando.
@jorgezepedap