Los Constituyentes morales
En medio de la abundancia de nombramientos, designaciones, encargos, comisiones, encomiendas, y demás, anunciados por el señor presidente electo, nos hallamos con la real sorpresa de la inminente escritura de la primera Constitución Moral de la república, afán por lo visto, indispensable, porque como nos dijo David Hume allá por el lejanísimo siglo XVIII, un Estado libre debe empeñarse en construir un orden en el cual los hombres aprendan a amarse los unos a los otros.
No entendía el pobre señor Hume la conveniencia política actual de la paridad de sexos, porque no incluye en ese amoroso proyecto a las mujeres (quizá por eso nunca se casó. o sería por su extrema inteligencia, quien sabe), pero hombres y mujeres debemos convivir bajo preceptos de moralidad, lo cual es absolutamente cierto, conveniente, necesario y hermoso como nos lo ha prometido la Regeneración Nacional cuyo logro nos conducirá —como a Dorothy por el Camino Amarillo— a un mundo de felicidad plena; justicia, armonía y paz. Sobre todo paz, como ésa a la cual nos llaman los foros organizados por doña Loreta Ortiz.
Pero no divaguemos. Volvamos a la moral, la moralidad, el moralismo, y todo eso tan lejano de la crónica, bárbara, rupestre y cínica definición del Alazán Tostado, para quien la moral sólo es (al menos en la política), una planta capaz de brindar moras. No; eso es cosa impropia, impura y terrible.
Esta columna se confiesa incapaz, entre otras de sus muchas ineptitudes, de explicar la moral.
El problema reside en cómo este concepto ha sido confiscado por las religiones, y así la moral de los musulmanes es distinta de la de cuáqueros, católicos romanos, agnósticos, hijos de Israel o lamas tibetanos. Por eso considero altamente complejo el trabajo de esta comisión redactora anunciada por el futuro gobierno, porque no se comprende otra moral en el laicismo, sino aquella expresada en el cumplimiento de las leyes, las cuales vienen siendo la moral de todos en una juricidad en la cual no existen los pecados (infracciones morales) , sino nada más los delitos (desviaciones legales).
Pero expertos como son los políticos de la Cuarta Transformación en mezclar las peras con las manzanas y hacer del perdón un “personalismo” acto de pacificación espiritual y una política pública de imposible aplicación, ahora nos presentan este asunto.
Al frente de esta comisión redactora está don José Agustín Ortiz Pinchetti, quien como se sabe es un hombre de alto ascendiente intelectual con el líder y en la “morenización” de México.
También encontramos a don Enrique Galván, a quien hace muchos meses le he perdido la pista y cuya columna en La Jornada es leidísima (aunque yo le haya perdido la pista), aun cuando no hable de asuntos éticos, sino financieros y políticos.
Otra de las grandes personalidades del movimiento, en franca desventaja de paridad, es doña Verónica Velasco, quien fue durante muchos años periodista de la T.V.13, de cuyas pantallas prácticamente se retiró tras su matrimonio con Epigmenio Ibarra, para dedicarse a otros afanes en la célebre productora Argos (Nada personal), en la cual concurren el pensamiento regenerador nacionalista, el capital de Carlos Slim y la tutela de Carlos Payán.
Y además estará presente con su talento, su talante y su prosa, el vocero presidencia y coordinador de Comunicación Social (y ahora también “Comunicación Moral”), Jesús Ramírez, predilecto discípulo del cronista Carlos Monsivais (qepd) a quien le debe, entre otras cosas, la chamba, pues por su recomendación se incorporó al equipo de AM.
Y si como dije, esta columna se ha confesado incompetente para opinar sobre asuntos moralidad y buenas costumbres, no queda sino recurrir a los sabios de antaño pues aún no paren los de hogaño.
No voy a repetir cosas de la Cartilla Moral de don Alfonso Reyes (no es ésa, ni con mucho, su mejor obra), ni mucho menos ingresaré al complejo mundo de Baruch Spinoza, quien dijo: “Si el hombre quiere dominar las pasiones debe considerarlas como parte de la naturaleza humana y, por consiguiente, del orden universal en que figura ésta. Sólo así podrá pasar de la servidumbre a la libertad, del mal al bien”.
Mejor le pido ayuda a “Monsi”:
“…¿Y qué se entiende por moral?, y otros responderán: es lo que nos distingue de los animales. Y los del principio pregonarán, ¿y qué es lo que nos distingue de los animales?, y los respondedores afirmarían: “nos distingue lo que nos consta; el que quiera definir la moral y no sabe la respuesta de antemano, ha cedido su mente a la impureza…” ¡Órale!
Complejo asunto éste en el cual se requiere tranquilidad espiritual y hondura intelectual porque cuatro personas cuatro, van a escribir algo tan trascendente como apenas Aristóteles lo hizo en su célebre Ética a Nicómaco, hijo suyo de sus entrañas, quien lo ayudó a compilar las lecciones éticas del liceo.
En fin, para hacer el bodrio de Constitución de la CdMx, se convocó a cien talentos. Y así salió. Para esta norma moral nacional cuatro inteligencias son suficientes.
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