Obrador vs la prensa: distopía

La sociedad civil contemporánea no había sido vilipendiada y humillada por un presidente de la República, como ahora lo hace el que encabeza el actual régimen de la cuatroté.

Lo más increíble es que no admite que se le cuestione a él, a sus leales y grises colaboradores o a los miembros de la familia presidencial. Actúa y se siente infalible, como si fuera un inmortal del paraíso griego de Zeus.

Su régimen y su familia consanguínea, son puristas, a pesar de la lluvia de denuncias, videos y testimonios por actos de corrupción. El discurso de que ya se acabó la “corrupción” no es más que un señuelo para congraciarse con sus votantes.

AMLO, con orígenes españoles por su abuelo José Obrador, nacido en Ampuero, se ha ido develando su auténtica personalidad para actuar con distopía -un mundo donde las contradicciones de los discursos ideológicos son llevadas a sus consecuencias más extremas, según describe Fabián Coelho-. Se ha obnubilado por el poder y su perversidad no tiene límites.

Es acrítico cuando se le señalan sus errores y los horrores de sus colaboradores por los mantos de impunidad e inmunidad para pisotear las leyes. Un talibán o fundamentalista se quedó chiquito a su lado. Deshonra la Presidencia y al país con su actuación rijosa y persecutoria.

La obsesión de la distopía obradorista es acabar con los contrapesos de los poderes institucionales y las instituciones autónomas. Los poderes Legislativo y Judicial los tiene ya en la bolsa. Los entes fácticos -la radio, la televisión y el cine-, los tiene en la mira, en cualquier momento podría cancelar la concesión, alegando la seguridad del Estado mexicano.

Pero dentro de los grupos fácticos, hay uno de ellos que mantiene una complicidad aviesa: el narcotráfico, al que le ha dado un trato de (in) digno de “abrazos, no balazos”. Ha sido patente que le interesa más la integridad de los bárbaros de los cárteles de la droga por los derechos humanos, que la seguridad y bienes de la sociedad, a la que juró defender cuando asumió el poder en 2018.

Cada día desde el púlpito presidencial (imperial), la sociedad civil -una parte de la que votó por el catequista tabasqueño- tiene que soportar la inquina que raya en lo irracional, el desdoro, el desdén y en los descalificativos que son motivos de causalidad.

La prensa, los periodistas, los intelectuales, los científicos y los opositores son demonizados por el dueño sexenal del púlpito oficial de la cuatroté por criticar los magros resultados del gobierno y el fracaso de sus programas sociales que distan ser el boom o la bonanza del país.

Los medios de comunicación críticos y los periodistas han sido enjuiciados y sentenciados, sin derecho a la defensa, por el discurso obradorista, violentando los derechos de los comunicadores, la Carta Magna, la libertad de expresión y derechos humanos, en medio de un clima de violencia y crímenes de comunicadores no esclarecidos.

Según Fabián Coelho, licenciado en letras, la acción de la distopía surge en “una nación donde se ejerza un riguroso control estatal para garantizar una sociedad organizada, feliz y conforme, podría derivar en un régimen totalitario, que reprime al individuo y cercena sus libertades en función de un supuesto bienestar general”.

Esta narrativa es precisamente lo que ya está ocurriendo en México y en algunos estados de extracción morenista. Obrador utiliza el Estado como ariete para pulverizar todo lo que le prohíben los contrapesos, consagrado por la Carta Magna, las ONG’s y la prensa crítica. Son los frenos institucionales e independientes y democráticos que impiden que el país caiga en el autoritarismo o en la dictadura encubierta o abierta.

Los correligionarios de Obrador en los estados, imitándolo con su verborrea incendiaria o justificando sus yerros con los enemigos (emisarios) del pasado, han orquestado campañas mediáticas para desacreditar a la prensa crítica y a los periodistas.

Veracruz no escapa a los traspiés, reveses y correcciones de plana de su gobernador Cuitláhuac García. Primero se caracterizó por falta de experiencia para devolver la credibilidad a los ciudadanos y el combate a la corrupción y la impunidad, pero a 4 años de su gobierno, se convirtió en un personaje soberbio, autoritario y difamador.

A todo aquel que lo critica o reprueba su forma de gobernar, el góber los acusa sin pruebas de por medio de pertenecer a los enemigos de los regímenes pasados, al crimen organizado o que alguien los está patrocinando. El mismo esquema que utiliza Obrador para desacreditar a sus adversarios.

Pero la narrativa de Cuitláhuac en Veracruz, del cantinflesco pupilo del profeta tabasqueño, podría convertirse en un bumerán para el propio titular del Poder Ejecutivo y despedirse de la gubernatura en 2024.  ¡La paciencia tiene un límite!

Autor: Gaudencio García Rivera

gau41@hotmail.com

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