La vida humana la gran desconocida

A propósito del hombre y la physis

Crónicas Ausentes

Lenin Torres Antonio

Decía Ciorán “la muerte” es demasiado exacta, es el simple no-ser, y por lo tanto inútil, la gran desconocida es “la vida”, y particularmente, la vida humana.

Por mucho tiempo habíamos venido pensando que sabíamos quiénes éramos, y nos vanagloriamos de esa saber que nos situaba en la cúspide de la pirámide evolutiva de las especies vivientes, poseedor del cerebro y el pene más grande entre los primates, y a expensa de nuestra naturaleza biológica débil, con sentidos limitados, nos congratulábamos de poseer una gran imaginación y una capacidad racional para dominar nuestros entorno y dar cuentas de los enigmas de nuestro mundo interno y externo.

Decía Nietzsche, preguntando sobre el hombre, “cómo vamos a saber de nosotros mismo, si nunca nos hemos buscado”, pero nunca nos detuvimos en la advertencia de esa gran filósofo alemán, y pedantes construimos una historia a modo para vernos y sentirnos exclusivos, preferimos la comedia en lugar de la tragedia, hablar de la vida sin saber que era realmente la vida, y desdeñamos hablar de la muerte; hoy la muerte es una costumbre que deseamos haberla poseído para no morir antes de morir.  

Aunque la historia nos ha escupido a la cara que la historia del hombre es la historia de sus guerras externas e internas, preferimos hablar de civilización como un proceso evolutivo, viable y propia de esa especie arrogante llamada homosapiens, el animal que “piensa”, que ahora nos escondemos en nuestras casas para no morir, o esperar la muerte ahí.

Preferimos la arrogancia imaginativa que la sencillez respetuosa, de un ser que luce ínfimo y pequeño ante un cosmos infinito y desconocido, ante una vida también desconocida, preferimos ocultar nuestras debilidades, lo finito, lo contingente, lo mortal, y jugamos a ser dioses de oropel.

Hombre: ¡He ahí lo dado!, ¡Soy una fábula exclusiva! Exclamación oportuna, salvadora. Utilizando el sentido común, un hombre había comprendido su razón de ser en el mundo. Sentado en la banqueta de la calle principal de su pueblo, insertó sus reflexiones en la vulgaridad del movimiento público, se hizo poesía urbana; descartando el falso privilegio de sentirse “el observador”, se convirtió, preso de la mirada de una bella  transeúnte, en «el observado»; de sentirse “libre”, concluyó obedeciendo con absoluta docilidad leyes temporales y axiomas divinos; de ser “el racional”, terminó fundiéndose entre los ritos de perros y gatos en sus cortejos sexuales, posó para una revista del reino animal,  y muy animal, acompañó a pericos y guacamayos, a liebres y cuervos.

Hoy lucimos frágiles, inseguros y temerosos, nunca pudimos despertar, “Despierta alma dormida…Pero no es tarea fácil hacerla despertar. Acurrucada entre acolchados cobertores de dogmas, de consignas, de explicaciones, amodorrada de ciencia… ¡con qué escalofrío saca la punta del pie de su embozo para calibrar la temperatura glacial que reina allí donde la coherencia acaba y los razonamientos más razonables comienzan a enarbolar una sonrisilla demente! Vuelve a tu sopor, hasta que lo irremediable venga a buscarte” Fernando Savater) y te alcance, la muerte.

Preferimos ocupar a los genios en la ciencia de la guerra y la banalidad, que en la ciencia para hacer cada día mejor al hombre y prepararlo para lo irremediable, incluso  preferimos ocupar el arte y la filosofía al servicio de la estupidez. Nuestra arrogancia no tuvo límite, que llegamos a pensar que la naturaleza physis era débil y que necesitaba nuestra caridad y protección, entre naturaleza y hombre, nunca llegamos a pensar que la desprotegida era y es nuestra civilización, leer desde otro lugar, inmiscuirnos en las contradicciones, recuperar la cordura de la diferencia, reconstruir al mito, y sepultar al logos, y en ese rescatar volver a vivir y llegar a saber que somos.

Hoy la situación que vivimos no exige una trasgresión, una exigencia a salir del lugar cómodo donde nos habíamos instalado, problematizar una relación que de si hemos venido planteado diferente, por un lado, la naturaleza con figura traslucida e inocente, indómita e intolerante, impensable, ajena, y por el otro, el hombre, el concepto artificial, la racionalidad ciega, con su voraz apetito egoísta de energía, una energía negativa que hoy se vuelve contra nosotros mismos con la fuerza de sepultarnos.

Hemos venido insistiendo en recuperar la armonía, sin saber si realmente le importa a cada uno, tanto al hombre como a la naturaleza esa armonía, y quizás sin darnos cuenta, que esa racionalidad está precedida del plano inconsciente, y que en ese lugar hay una lógica sepultada por la tradición del emancipador pensamiento único; la lógica del delirio, la racionalidad de lo irracional.

Necesaria entropía, ser entrópico, meter el desorden en el orden, en la vida humana, en el ser, inmiscuirse en el dogma, lanzarles poderosos dardos cualitativos, y quizás sin darnos cuenta inaugurar otro dogma menos dañino que nunca germinó.

Hablar heréticamente de otras realidades, de otros seres, y sin empachos, situarnos en esas realidades, hablar seriamente y científicamente de eso que sólo lo concebimos en la ficción, en la fantasía, y como en el film “los otros”, despertarnos y vemos que la ficción es real, los otros son los reales, nosotros somos una ficción, es la hora en que la imaginación se vuelve real, el planeta de los zombis vivientes es real.

Lapidariamente dejar caer sentencias que no nos habíamos atrevidos a plantear, “la naturaleza no corre peligro, ella tienes su plano y su destino, el peligro lo corre nuestra civilización”[1], la disyuntiva está inscrito desde Heráclito, “Pólemos, dios de la guerra, el fuego a unos los ha hecho esclavos a otros amos, a unos mortales, a otros dioses”, un fuego que hoy ha unos los hará sobrevivientes y a otros olvido, un fuego que no distingue posición social, ni sexo, un fuego eternamente viviente.

La vuelta a lo inanimado, la vida es resistencia, va “en dirección inversa a la flecha entrópica del universo”[2], salir de esa oposición y símil al judo, utilizar la energía del contrario para hacer que se dirija hacia donde uno quiera, la civilización tarde que temprano se dirigirá a las moradas de Aqueronte, la vuelta al origen, hagamos de ese infierno nuestro paraíso.

Dejemos que la dialéctica haga su parte, seguro que esa racionalidad del sin sentido nos deparará un lugar digno en el universo, el todo en las partes, y las partes en el todo.

Amarse para amar, una lógica de la reciprocidad, emparentada a la filosofía de la flor de los moaistas, quienes piensan que no podemos hacer el bien sin estar bien, sólo así podemos construir un todo de corresponsabilidades, la naturaleza ya cumple su parte, nos alberga, nos cobija, nos alimenta, en suma, nos ama. Ahora nos toca a nosotros salvar a la civilización salvarnos a nosotros mismos, y esto pasa por reconocer que construimos un mundo humano equivocado, que la naturaleza no necesita de nosotros, y que tenemos que volver a ganarnos un lugar en ese universo viviente.

Volveremos de nuestras cenizas para renacer en un mundo ahora si realmente humano.

Marzo de 2020


[1] Pensado Omar: Salvemos a nuestra civilización.

[2]Ibíd.

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