GOBIERNO AUSENTE

Foto: Ilutrasción / 90 grados

Cual pandemia avasallante, la violencia criminal cobra víctimas todos los días en el territorio nacional. En el blanco de las pandillas criminales hay ciudadanos inermes, autoridades maniatadas y hasta militares (¡quién lo hubiera imaginado!), a los que ahora llega la orden increíble desde el Palacio Nacional: no se metan, no respondan a los gritos de multitudes indefensas que exigen protección. Que aguanten los uniformados. Que se expongan cruzados de brazos a emboscadas de delincuentes (estos sí), con licencia para herir y matar. 

Se multiplican las alertas: ataques armados en Chiapas, asesinatos y secuestros en Tamaulipas, expulsión forzada de comunidades enteras en Guerrero. Virtual estado de sitio en Aguililla, Michoacán, donde hace días una multitud confió en la amurallada consigna palaciega de “abrazos, no balazos”, pero cuando con palos y piedras (por las dudas), acudió al cuartel de la cercana 43 Zona Militar para pedir ayuda, los soldados respondieron con gas lacrimógeno.

En casos como el de Aguililla, amplios sectores de la población han pedido auxilio por diferentes vías. La respuesta de Andrés Manuel López Obrador (volvemos a Aguililla), fue insólita, por decir lo menos: rechazó tajantemente la presencia de grupos de autodefensa en la región y dijo que él no es Enrique Peña Nieto, ni Felipe Calderón, porque no es partidario del “mátalos en caliente”. Remachó con su “abrazos no balazos”, y agregó: “aunque se burlen”.

Una y otra vez, desde los gruesos muros de Palacio Nacional, AMLO ha predicado que no se tome el camino de la violencia y de la confrontación; que la población civil haga a un lado el odio y el rencor, que lleve a la práctica el principio del amor al prójimo, no a la violencia, sí a la paz, al diálogo, y que no se dejen manipular por grupos delictivos que tienen otros propósitos. “No opten, no decidan por querer resolver las cosas con violencia; se los pide el presidente de México”.

El 23 de abril pasado el nuncio apostólico, Franco Coppola, ofició misa en Aguililla.

En declaración inequívoca a periodistas, dijo antes de partir: “El Italia sabemos muy bien que esto pasa cuando no hay gobierno presente”. Antes había declarado: «Era impresionante ver estas casas tan baleadas y con balas de grueso calibre. Ver en algunos lugares casas con nadie adentro a consecuencia de la huida de la población”. ​

En la memoria de los lugareños de Aguililla ha quedado la sangrienta defensa que han hecho contra los embates de Nemesio Oseguera (a) “El Mencho”, testaferro del Cártel Jalisco. Enfrentamientos, como los ocurridos en “El Aguaje”, de la misma zona, que dieron lugar a la desesperada creación de “autodefensas” (al igual que en muchos otros pueblos de México). “Autodefensas”, que han sido descalificadas y abandonadas a su suerte desde el palacio nacional. El presidente advirtió sin rodeos que el presidente no va a Aguililla, porque sus adversarios buscan (sic) “hacerle el caldo gordo”.

El Mencho, prófugo e invisible

Hace unos días, presuntos elementos armados del grupo de El Mencho, fueron fotografiados cerca de Aguililla por periodistas de la Agencia Cuartoscuro, que dirige Pedro Valtierra. Las fotografías fueron replicadas por varios medios de comunicación. En más de un caso los pies de grabado indicaban que los hombres, alineados, formados, “posaron” para la cámara.

La exhibición (porque eso fue: una exhibición de fuerza), incluyó vehículos camuflados, como los del ejército, con logotipos de El Mencho, ametralladoras de alto poder, tropa uniformada ¡y drones que filmaron desde las alturas! La pregunta, sin respuesta clara aún, es: ¿cómo puede asumir la población civil semejante desafío a nuestro régimen de instituciones, a las fuerzas armadas y particularmente a su jefe constitucional, el presidente de la república? Los servicios de inteligencia no los detectan.  

Incluso algunos días después, el lunes 12 de julio, un grupo de esos delincuentes se enfrentó a tiros presumiblemente con un grupo rival o con elementos del ejército, en un tramo de la asediada carretera que va de Buenavista a Apatzingán. Por lo menos un noticiero de televisión (FORO tv), consignó la balacera.

Analistas especializados dan a estos sucesos (que no son nuevos) dos interpretaciones: 1) Se trata de un desafío encubierto al gobierno de Andrés Manuel López Obrador y a las fuerzas armadas que él comanda: a saber, el Ejército Nacional y, por añadidura, a la Guardia Nacional; 2) Es un montaje con viejos recursos del autoritarismo despótico, para infundir miedo en la población civil.

Si es el segundo supuesto, el presidente exhibe injustamente a la institución más confiable de México y socava el respeto público que se ha ganado.

¿A merced del crimen?

Un sector nada despreciable de la sociedad mexicana en edad de votar, que incluye académicos, intelectuales y las ahora descalificadas (desde el poder) clases medias, insiste en su demanda de que López Obrador dimita si no puede garantizar paz y seguridad al pueblo que gobierna, como se lo ordena la Constitución que prometió cumplir.

Mientras tanto, el desasosiego social continúa, AMLO sigue culpando a los conservadores, los neoliberales, los medios de comunicación, los enemigos del cambio, los fifís, los clasemedieros, etcétera. Su última ocurrencia fue convertir la conferencia matutina en un patíbulo incuestionable para exhibir a periodistas con cuyos juicios está en desacuerdo.

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