LA PAZ ARMADA
En 1898, la empresa alemana de armas Deutsche Waffen und Munitionsfabriken (DWM), diseñó y fabricó una pistola cuyo nombre y el de sus respectivas balas, llegó para quedarse, hasta nuestros días, en el negocio de la muerte: Parabellum.
El nombre deriva de una antiquísima frase atribuida al escritor romano de asuntos castrenses Flavio Vegecio Renato (390 a.C., aproximadamente), en el libro III de su obra Epitoma rei militaris (“Personificación del arte de la guerra”). La traducción e interpretación de esa frase ha sido muy controvertida al paso de los años. La más cercana es “Si vis pacem, bellum para”, lo que significa: “Si quieres la paz, prepara la guerra”.
Con el tiempo, la frase dio lugar a un calificativo cáustico: “La paz armada”, una expresión que definió los acontecimientos que precedieron a la sangrienta Primera Guerra Mundial (28 de julio de 1914–11 de noviembre de 1918), en la que se involucraron 32 naciones, murieron 10 millones de soldados y fueron movilizados alrededor de 60 millones de combatientes, con el consiguiente desplazamiento brutal de millones de refugiados, que dispersaron su dolor y su miseria en más de la mitad del planeta.
La Primera Guerra Mundial o “Guerra de guerras”, como también se le conoció, debió significar una lección histórica, un nunca jamás para la humanidad. Pero con el preludio de otras guerras intestinas (la civil en España, la Cristera en México, por ejemplo), la Segunda Guerra Mundial (1 de septiembre de 1939–2 de septiembre de 1945), devino en el conflicto más violento de la historia (las bajas van de 60 millones a 100 millones de muertos; pareció instaurar una cruenta etapa de muerte y violencia en Vietnam, Corea, Chechenia, África, Oriente medio, y Centroamérica, entre otros lugares del orbe, que perdura hasta la fecha.
La desbocada carrera armamentista de un pequeño club de poderosas naciones nos recuerda los negros nubarrones de “la paz armada”. La frase de Flavio Vegecio Renato sale a borbotones de los labios de los jefes políticos de esas belicosas naciones: “Si quieres la paz, prepara la guerra”.
Peor todavía, en un planeta en el que millones de seres humanos sobreviven acosados por el hambre, la desnutrición, la pobreza y la inseguridad, el comercio de armas de fuego y armas ligeras en el planeta está en bonanza. Tan sólo en lo que concierne a armas ligeras, el negocio tiene un valor superior a 2 mil 680 millones de dólares, en tanto que la venta de balas para esas mismas armas alcanza los 4 mil 300 millones de dólares.
Un ingrediente letal se incrustó ya en esta vergonzosa situación: el discurso del odio, racista y xenófobo del presidente de los Estados Unidos, país que ocupa el primer lugar en ventas del negocio de la muerte. Retórica a la que, por desgracia, se han incorporado fanáticos del autoritarismo en varias partes del mundo.
Retomamos datos de alerta: en México hay 1.6 millones de armas de fuego “sin control”, dice la Secretaría de la Defensa Nacional; casi 213 mil armas provenientes de Estados Unidos que entran ilegalmente a territorio mexicano; según la Agencia Federal de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos del vecino país norteño, entre 2011 y 2016 al menos 106 mil armas fabricadas en territorio estadounidense estuvieron vinculadas con actividades criminales en México.
¿Qué hacer? Tomar decisiones inteligentes y firmes, alejadas de la retórica populista (y con frecuencia entreguista), en defensa de la soberanía del Estado mexicano y la seguridad de sus 130 millones de habitantes.
Lo anterior, a sabiendas de que hace décadas que el negocio de la muerte forma parte de la política exterior de nuestros vecinos, y que su actual presidente suele “dialogar” con el dedo en puesto en el gatillo.