Tan lejos de Dios…

Entre 1971 y 1984 el periodista inglés Alan Riding, fue

corresponsal en México de los diarios The Financial

Times, The Economist y The New York Times. Parte de

 esos años los dedicó a escribir (en una de las primeras

computadoras de El Colegio de México), lo que resultó

 un gran éxito de librería: “Vecinos distantes” (1985). Al

                                       paso de los años, Andrew Selee, presidente ejecutivo del Wilson Center y experto en migración, comentó con

agudeza que la interdependencia acabó por convertir a

 los “vecinos distantes” en extraños íntimos.

Luis Gutiérrez R.

Históricamente no ha sido nada fácil la relación bilateral entre México y su poderoso vecino del norte. Con profundos altibajos, hemos logrado sobrevivir a los frecuentes soliloquios presidenciales en ambos países (los actuales, por ejemplo), que con frecuencia hacen recordar la frase palaciega y totalitaria atribuida al rey de Francia y Navarra, Luis XIV (1638-1715): l’état c’est moi (el Estado soy yo), o bien el fatalismo del dicho popular: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.

Compartimos con nuestros vecinos del norte 3 mil 185 kilómetros de frontera, larga franja limítrofe que en amplios tramos posee hoy identidad política, social, económica e inclusive cultural. Pero al sur de la línea fronteriza pululan las profundas diferencias de desarrollo entre los dos países. Veamos el nuestro.

Expertos nos señalan que toda la región, que incluye al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), tiene una capacidad productiva de 17 mil millones de dólares.

Pero el imán está en los Estados Unidos. Crece el flujo migratorio de mexicanos. En el año 2020 se contabilizan 38.5 millones, incluida su descendencia. Buena parte de esa importante fuerza laboral, para cuyo doloroso abandono del suelo patrio nunca ha tenido respuesta eficaz o eficiente ningún gobierno mexicano, es la fuente del cuantioso envío de remesas a nuestro país, que este año se prevé será superior a 36 mil 500 millones de dólares.

Al primer semestre de 2020, esas remesas significaron ya el 3.8 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), indicador desdeñado hasta hace algunos meses por el jefe de gobierno de México, pero hoy festinado y publicitado como éxito personal.

Indigna ver a nuestra fuerza pública contener en la frontera sur las caravanas de miles de soñadores latinos, y al mismo tiempo tenemos que despedir en nuestros propios hogares a hijos y nietos, despatriados por la ineptitud y la corrupción.

Al lado de esta sangría infame de recursos humanos, de fuerza laboral mexicana que se nos va, que se desarraiga, no puedo evitar que desfilen ante mí las imágenes grotescas de paramilitares motorizados y fuertemente armados hasta los dientes, lanzando al aire libre impunes “vivas” al delincuente José Antonio Yépez (a) “El Marro”; no puedo hallar tristeza y dolor genuinos en quien no acudió en auxilio de miles de víctimas del Covid-19 y hoy les brinda “tres días de duelo nacional”; no advierto seriedad en quien finge y engaña con la rifa de un avión ajeno; no puedo creer en quien se niega terminantemente a reducir o postergar sus caprichos en un tren, en un aeropuerto militar o en una refinería fantasmal, que hoy debe estar haciendo gorgoritos bajo el agua.

La política exterior ha jugado su papel. Carlos Salinas y Ernesto Zedillo pusieron mayor interés en la instauración de políticas migratorias comunes con EU, pero el gobierno de Vicente Fox determinó hacer a un lado la eficacia del cabildeo y optó por la interacción directa con comunidades mexicanas allende la frontera.

En los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, ya habían subido las aguas negras de la corrupción, la inseguridad y el narcotráfico hasta niveles insospechables. Hoy, la sociedad mexicana asiste pasmada, por entregas, a los episodios de la tragedia.  

México ha firmado 13 Tratados de Libre Comercio con 50 países, 32 Acuerdos para la Promoción y Protección Recíproca de las Inversiones con 33 países y 9 acuerdos de alcance limitado (Acuerdos de Complementación Económica y Acuerdos de Alcance Parcial), en el marco de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). También participamos em organismos y foros multilaterales y regionales, como la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Mecanismo de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y la ALADI.

Sin embargo, continúan corrupción, desempleo, pobreza, rezago educativo, deficiencia de servicios básicos en salud, violencia, narcotráfico, contrabando de armas, inseguridad pública, emigración laboral, feminicidios y, por qué no decirlo, la incertidumbre, la pavorosa ineficiencia, el soborno electoral disfrazado de política social y el abandono deliberado de la ciencia y la investigación.

Esto es, falta de rumbo.

¿Lo encontraremos en el #1600 de la avenida Pennsylvania, en Wáshington D.C? Otra opción sería la interdependencia “controlada” o dirigida, sugerida hace años por el historiador californiano Clark Reynolds, compatible con objetivos comunes de bienestar económico, valores y objetivos políticos.

Otra opción no aconsejable es la interdependencia “controlada”, que sería considerada “patológica” e inaceptable para una de las partes (imaginen cual), en palabras del propio Clark. Deshojemos la margarita.

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