Moscú 83

Sin tacto

Empezó a sonar a las gratas horas de dios de las 9 de la mañana. Como todas las de su clase, hacía revolcarse el alma y las orejas con su ulular agudo y persistente: Uuuuuu, Uuuuuu y otra vez Uuuuuu. Era la más terrible y farragosa alarma, que lanzaba su berrido a la calle y se metía en las casas de todos, en las orejas de todos, en la paz de todos.

Duró y duró el estridente sonido y a las 11 am, al mediodía, a la 1 pm seguía zumbando sin remedio y sin piedad; sin que un alma caritativa o una autoridad potente pudiera hacer algo para acallarlo.

El domicilio de los inconsecuentes habitantes de esa vivienda es Avenida Moscú, número 83, entre las calles Varsovia y Kiev, en el Fraccionamiento Montemagno de Xalapa, Código Postal 91910.

(No sé si los hados del sonido hayan invocado alguna relación geográfica, pero pone a pensar el hecho de que las calles se refieren a la capital de Rusia, entre las capitales de Polonia y Ucrania. Ahí lo dejo de tarea para los exegetas.)

Obvio, los vecinos de los exclusivos fraccionamientos de Montemagno y La Marquesa que estaban en sus residencias en esas horas vieron exasperadas sus exclusivas tranquilidades, y muchos de ellos acudieron a la casa de donde salía el ruido terrible para ver si podían hacer algo.

Es una vivienda residencial de tipo medio alto, con sus buenos 400 metros de terreno, acabados de lujo y en el frente, como casi todas por ahí, con un adorno navideño, una estrella luciente para celebrar esta época del año.

Fueron llegando unos en coche, otros a pie; vestidos convenientemente pocos y enchamarrados encima de sus pijamas los más. Llegaron, saludaron, examinaron el terreno.

Pero la residencia estaba cerrada a piedra y lodo. En la casa de junto, unos trabajadores explicaban a quien les preguntara que la casa no estaba deshabitada pero sus habitantes habían salido temprano, seguramente para ir a trabajar. Y no había como en otras partes alguna eficiente sirvienta, que seguramente se hubiera comunicado con sus patrones para que vinieran a terminar con la calamidad atronadora.

Varios vecinos comentaron en el mini-mitin que se estableció afuera de la estridente vivienda que habían marcado al teléfono de emergencia, al 911, y a cada uno de ellos les habían contestado muy amablemente que en efecto eran terriblemente molestos los ruidos ululantes que emergían de Moscú 83, que iban a mandar en consecuencia a una patrulla, pero que los oficiales no tenían la potestad para ingresar al domicilio porque no se estaba cometiendo algún delito grave, que les permitiera intervenir en la flagrancia.

Así que la autoridad policial también llegó en su vehículo oficial, conversó con los vecinos dispersos y lo único que pudo hacer fue condolerse de la desgracia y maldecir por lo bajo a los culpables de la tremenda impertinencia de comprar una alarma barata y dejarla encendida sin ninguna conmiseración.

Alguno de los transeúntes recordó que no es la primera vez que esa alarma suena a deshoras, que ya en otras épocas presentó el mismo problema, pero que en aquel entonces la vivienda estaba a cargo de una inmobiliaria que la estaba ofreciendo en renta, y finalmente algunos ejecutivos de ventas de aquella empresa vinieron a desconectarla.

Pero ahora no, y en el tiempo presente en que escribo este texto, dejo ahí a los vecinos pensando cómo resolver este problema, metidos en la trampa a que los relegó la inconsciencia sonora de otros vecinos, que sólo han tenido para ofrecer el sonido y la furia.

Uuuuuu, Uuuuuu y otra vez Uuuuuu…

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