Señuelos de la historia

A mediados del siglo XX, estudiosos e investigadores franceses resolvieron llamar “historia contemporánea” al periodo de 156 años transcurrido entre 1789 (inicio de la Revolución Francesa), y el término formal de la Segunda Guerra Mundial, el 2 de septiembre de 1945.

Investigar, hacer acopio de los sucesos históricos de esa etapa, acotada además por importantes lagunas informativas sobre todo lo ocurrido en Francia de 1945 a la fecha, significó un esfuerzo intelectual, académico y político que sigue mereciendo el enorme trabajo de renombrados historiadores franceses, cuyos arduos trabajos son consultados en las mejores bibliotecas del mundo.

Entre ellos, hubo intelectuales que decidieron cruzar la barrera de 1945 y continuaron su labor de investigadores e historiadores, como René Rémond, (fallecido el 14 de abril de 2007), quien organizó a un equipo de 12 colegas que en el nombre llevaban su misión: “Pour une histoire politique” (Por una historia política), Paris, 1984.

Hablar de historia y política, es hacer necesaria referencia al pasado, ya sea para desligarse o para ser parte de él con ejemplos y argumentos a manos llenas. “Por ello –dice el autor–, la relación que se establece a través de la interpretación de la historia es inevitable ambivalente, porque “la historia es al mismo tiempo cimiento de la unidad de un pueblo y germen de discordia que alimenta discrepancias y desacuerdos”.

Prosigue el intelectual francés: “Entonces no hay por qué extrañarse de que a veces los políticos se vean tentados a inmiscuirse en su manufactura y en su instrumentalización. Es un rasgo de los regímenes totalitarios el arrogarse el derecho de torcer la historia para su beneficio, así como el ejercer un control sobre aquellos cuyo oficio es establecer la verdad histórica. No hay nada más banal que la instrumentalización del pasado. De manera particular, su calificación es objeto de controversias, y la significación de tal o cual acontecimiento suscita debates de carácter ideológico y enfrentamientos políticos…”

Concluye René Rémond que esta proclividad “implica una amenaza para la objetividad del enfoque histórico…, que podría llevar al sometimiento de la historia a fines políticos. Y si bien es inobjetable el acceso de toda persona al conocimiento objetivo del pasado, no es de interés menor la idea y práctica de la democracia”.  

Brinco histórico de AMLO

En marzo de 2019, inopinadamente, el presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo una ocurrencia. Envió una carta al rey Felipe VI de España y otra igual al Papa Francisco, «para que se haga un relato de agravios y se pida perdón a los pueblos originarios por las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos».

Con esas cartas, Andrés Manuel celebraría en Centla, Tabasco, 500 años de la batalla de los españoles contra la resistencia de los mayas-chontales. A la fecha no ha tenido respuesta la demanda presidencial, con la que además reforzaría en 2021 la celebración de los 200 años del triunfo del México independiente.

El ánimo presidencial para hacer historia se hizo eco en la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, quien conmemora ya (aunque anunció consultas todavía no realizadas) los 700 años de la fundación de Tenochtitlán. Uno de los cambios más connotados la “Calle de la Noche Triste”, alusiva al 30 de junio y 1 de julio de 1520, en la que Hernán Cortés lloró por primera y única vez, recargado sobre un viejo ahuehuete, la derrota que le infligieron los guerreros mexicas. Otro cambio fue el del tramo de la calle Puente de Alvarado a San Cosme, por Calzada México-Tenochtitlan.

Y parece que habrá más sorpresas. Al parecer la bancada de Morena en la Cámara de Diputados, tiene lista una voluminosa iniciativa con cambios a la nomenclatura de parques y calles de la Ciudad de México.

La macrocefalia de la capital invita a pasar a la historia. Por lo menos desde 1811, al comienzo de la guerra de Independencia, se publicó un plano de la ciudad dividida en Cuarteles Mayores y Menores. Con nombres de sus calles, los de sus jueces y alcaldes. Para esa época había 304 calles, 140 callejones, 12 puentes, 64 plazas, 19 mesones, dos posadas, 28 corrales y dos barrios.

¿Qué queda hoy de la nomenclatura antigua? ¿Cómo estará la actual, que al parecer se llamará Ley de Nomenclatura, Numeración Oficial y Placas Conmemorativas de la Ciudad de México?

Aparentemente, la iniciativa en cuestión permitiría proporcionar a los habitantes una localización lógica y rápida de calles, avenidas, colonias, barrios, pueblos y alcaldías de la ciudad capital.

Los cambios a la nomenclatura de calles, avenidas y plazas públicas en la Ciudad de México ¿son afines a los cambios que exige la sociedad? ¿Son sólo cambios cosméticos para una realidad cotidiana que agravia a millones de mexicanos?

Tengamos presente la advertencia de René Rémond: es un rasgo de los regímenes totalitarios el arrogarse el derecho de torcer la historia para su beneficio, así como el ejercer un control sobre aquellos cuyo oficio es establecer la verdad histórica. No hay nada más banal que la instrumentalización del pasado. De manera particular, su calificación es objeto de controversias, e implica una una amenaza para la objetividad del enfoque histórico…, que podría llevar al sometimiento de la historia a fines políticos. Así pues, ¿ante qué estamos?

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