Parcial la justicia por el crimen del periodista Javier Valdez; falta el autor intelectual

El periodista Javier Valdez, con su inconfundible sombrero, porta un cartel contra los asesinatos de sus colegas durante una manifestación. Familia de Javier Valdez

  • La familia del reconocido reportero reitera su lucha contra la impunidad y lamenta que la pandemia haya frenado el juicio contra los autores materiales y los actos para recordarlo

RT / MÉXICO.- Mayo será siempre un mes triste, dice Griselda Triana. Es la esposa de Javier Valdez, el periodista mexicano asesinado el 15 de mayo de 2017 en Culiacán, Sinaloa, en un crimen que conmocionó a la sociedad del país latinoamericano al que la guerra contra el narcotráfico convirtió en el más peligroso para ejercer el oficio.

Autor de una decena de libros, corresponsal del diario La Jornada y reportero del diario sinaloense Río Doce, Valdez era uno de los colegas más apreciados y respetados en el gremio a nivel nacional e internacional. El premio Moors Cabot de la Universidad de Columbia y el Premio Internacional a la Libertad de Prensa del Comité para la Protección de Periodistas se cuentan entre sus galardones.

Pero su trabajo incomodaba. Tanto, que lo acribillaron. El impacto del crimen y la presión social lograron que las investigaciones avanzaran hasta detener a Heriberto Picos Barraza, quien el pasado 28 de febrero fue condenado a 14 años y 8 meses de prisión por ser considerado como uno de los autores materiales del crimen. Pero todavía falta que avance el juicio contra Juan Francisco Picos Barrueta, quien acompañaba a Picos Barraza en el auto que interceptó al periodista. Luis Idelfonso Sánchez Romero iba con ellos, pero fue ejecutado en octubre de 2017, mientras que Dámaso López Serrano, alías «el Mini Lic», hijo de uno de los hombres más cercanos a Joaquín «el Chapo» Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa, está señalado como autor intelectual.

A tres años del asesinato, Triana, quien también es periodista, escribió una carta para advertir que los avances en la búsqueda de justicia no son los que la familia quisiera tener. «Su crimen sigue impune, no sabemos por qué nos lo mataron, seguimos esperando respuestas», dice.

También asegura que los recursos de resistencia no se agotan de su parte porque conserva intacta la esperanza de que todos los responsables paguen por lo que le hicieron a Valdez, a su familia y a la sociedad entera.

«Si bien es cierto que a tres años sobrellevamos la carga de manera más serena, aún no encontramos la paz que nuestro corazón necesita. Seguimos extrañando a Javier, a mi hija Tania y a mi hijo Fran les hace falta su padre, y a mí, mi compañero de vida. No tengo duda de que al periodismo mexicano le hace falta como nunca la pluma de Javier», afirma.

Muchas víctimas quedaron sin voz desde que mataron al periodista, explica, pues escribía de las mujeres que buscaban a sus hijos desaparecidos, se interesaba y se preocupaba por la niñez y la juventud, fáciles de cooptar por las organizaciones criminales, y mostraba los rostros de las víctimas de la violencia.

«Se deshicieron de él porque a alguien no le gustó lo que escribió. Es inevitable no recordar minuto a minuto lo que pasó ese mediodía en Culiacán, a escasos metros de Ríodoce, de donde salía. Lo estaban esperando aunque quisieron hacer pasar el asesinato como un intento de robo. La escena del crimen siempre está en mi mente: su cuerpo boca abajo sobre el asfalto, cubierto con una manta azul y el sombrero que yo le regalé cubriendo su rostro», detalla Triana.

La periodista evoca la llamada de Ismael Bojórquez, el director del diario, quien la llamó para contarle que habían atacado a su esposo a balazos: «El tono de su voz descompuesta lo tengo grabado en mi memoria. Después de eso, todo se volvió un torbellino. Se resquebrajó nuestra vida. Salir de Sinaloa no fue sencillo, pero el miedo y el dolor eran insoportables. Me tuve que ir del lugar en el que crecí, en donde conocí a Javier y me casé, en donde criamos nuestra familia, la ciudad en la que se inspiraba para hacer sus crónicas. Toda posibilidad de regresar se truncó».

Durante estos tres años, Triana no ha parado de exigir justicia. Reconoce la «pequeña victoria» que implicó la condena a Picos Barraza, a pesar de que fue menor gracias a que el asesino cooperó con la justicia y a que no confesó detalles ni los motivos del crimen.

Javier Valdez y Griselda TrianaFamilia de Javier Valdez

Aunque la investigación no ha sido sencilla para la Fiscalía Especializada en Atención a Delitos contra la Libertad de Expresión (FEADLE) de la Fiscalía General de la República (FGR) y para la organización Propuesta Cívica que la representa, explica, se logró saber que los asesinos pertenecían a una célula del grupo criminal comandado por «el Mini Lic», quien se encuentra detenido en EU bajo la figura de testigo protegido, por lo que uno de los retos de las autoridades mexicanas es lograr que sea extraditado y juzgado por el asesinato de Valdez.

«Al que llaman delito contra la libertad de expresión, para mí es el asesinato de mi marido de hace 26 años. En ello estará puesta nuestra exigencia para conocer la verdad, pero necesitamos tener garantías de que ese criminal -hijo de Dámaso López a quien apodan en esos mundos ‘El Licenciado’, compadre de Joaquín Guzmán Loera, ‘El Chapo’- no tenga ningún privilegio que le facilite evadir su presencia ante las instancias judiciales de nuestro país», señala.

Triana lamenta que la pandemia impida realizar las jornadas ciudadanas que pudieron organizarse en los dos años anteriores en memoria de Valdez en varias partes del país, pero especialmente en Culiacán, con la participación de artistas, poetas, defensores de derechos humanos, periodistas y ciudadanos en general que lo consideraban su amigo y aliado en los esfuerzos para visibilizar la injusticia e impunidad.

«Yo no olvido. No olvidamos. Aquí estamos. Añoramos a Javier. Ese 2017 había cumplido sus primeros 50 años. Hace falta en casa de su mamá, en especial los viernes cuando acudía a comer con ella. Yo lo extraño cada noche, sobre todo en aquellas en que me pedía que no me durmiera antes que él… Extraño su llanto fácil como el día en que Tania, nuestra hija, se casó y yo tenía miedo de que se fuera infartar de la emoción, gusto y tristeza de verla partir. Añoro su hablar norteño y desenfadado. Extraño los domingos cuando me despertaba y escuchaba desde temprano el ruido del teclado de su computadora mientras escribía, cuando me preparaba el desayuno y pasábamos el resto del día viendo juntos series de televisión», rememora.

Los recuerdos se agolpan, dice, y calan hondo porque ella no estará en Culiacán este 15 de mayo: «No iré al lugar donde reposan sus cenizas, no recorreré las calles y avenidas de la ciudad que tanto quiso, sobre todo la Álvaro Obregón que muchas noches patrullamos juntos. No llegaré a nuestro hogar, no veré a la gente que lo quiso. Esto duele tanto. Mis ojos están hinchados y mi nariz roja. No dejo de moquear y me cuesta trabajo escribir. Hago pucheros, no lo puedo evitar. Mayo siempre será triste, muy triste». 

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