Todo es “fake”, hasta lo “fake”

Cuando las aguas se apacigüen y todo este sainete de la democracia electoral se asiente como la última arena en el simún de nuestro tormentoso desierto nacional, alguien se tomará un poco en serio la labor para definir el tiempo transcurrido.

Si la Europa anterior a la Primera Guerra Mundial fue “la Bella Época” y nuestra nación se mecía antaño en el férreo aburrimiento de la Paz Porfiriana, los años corrientes serán conocidos como los tiempos de la falsedad.

No recordaremos todo esto como el advenimiento de la democracia. No.

Hoy vivimos como nunca antes en el imperio absoluto de la mentira, no sólo en este país, sino en casi todos o al menos en ése cuyo dominio se ejerce sobre nuestra nación desde la mitad del siglo XIX: los Estados Unidos, cuyo extravagante presidente, Donald Trump,  ha acuñado el término “fake news” para referirse no a sus propias condiciones verbales, sino a todo aquello en contra suya.

Y eso no tendría importancia ni repercusión, si no fuera porque, como en un espejo, vivimos en una época propicia para la dispersión de mentiras, estupideces y demás: la era cibernética, dominada por los teléfonos inteligentes cuya proliferación es algo —al menos para este arcaico redactor—,  insultantemente peligroso.

Pero ya no se trata nada más de “fake news” sino de “fake everything”. Éste es un mundo falsario en el cual todo ­está falsificado.

No importa si se trata de los perfumes callejeros con envases de Chanel o la mezclilla con etiquetas de Levi’s; bolsos de Saint-Laurent fabricados en China o Chinos con papeles de la calle Dolores o la Plaza de Santo Domingo, o -—en otro sentido-—, las firmas de apoyo para los candidatos independientes a la presidencia de la República, quienes, por lo visto, sí dependen de algo: sus propias mañas y marañas.

Por eso llaman la atención dos hechos recientes, tan inocuos el uno como el otro.

El primero, el convenio firmado por el Instituto Nacional Electoral con Facebook y con Twitter para evitar (ja, ja, ja) la dispersión de las “fake news” en el proceso electoral, y —segundo—, el desplegado de Facebook de días ­recientes en el cual propone un decálogo para la detección de noticias falsas (más ja, ja, ja), cuyo contenido es, por decir lo menos, hilarante.

Como no es posible reproducirlo todo, muestro algunos puntos de tan sesudo e inteligente método para distinguir los ­­gatos de las liebres, dado a conocer precisamente cuando los diarios de Estados Unidos y la Gran Bretaña nos hablan de ­cómo han sido “pirateados” los datos de los suscriptores de Facebook en el mundo, y utilizados para trazar perfiles idóneos a la sensibilidad de propagandas malignas sabiamente dispersadas al viento de la propaganda negra.

El desplegado local dice: “Nos tomamos muy en serio las noticias falsas. Descubre algunas formas de identificarlas”.

“8.- Consulta otros informes periodísticos. Si ningún otro medio informa sobre la misma noticia, es posible que sea falsa. Si aparece en varias fuentes de confianza, es posible que sea verdadera.” O sea, si no es falso, es verdadero. Buzo, caperuzo.

Obviamente esta memez no dice cuáles son las fuentes de confianza, pero supongamos hallarlas en la prensa tradicional, excepto cuando las noticias de los diarios (cada vez ­menos rigurosos y más facilones) basan sus noticias…en Facebook o en otras plataformas de la ubicua red, con lo cual el perro persigue su cola.

10.- Algunas noticias falsas tienen una intención, dice el cándido decálogo detector de  Facebook (debe haber sido redactado por alguien con un  I.Q. menor a 100). Reflexiona sobre las noticias que lees y comparte sólo las que sabes que son creíbles.”

La verdad uno podría simplemente copiar y citar el documento completo pero de veras da grima por el escaso profesionalismo en el manejo de la información y el análisis. Leyendo ese desplegado uno comprueba la diferencia entre crear una plataforma de enlace de datos y consultas de gran velocidad, un sitio para alojar y distribuir “bytes” convertidos en letras, y el olvidado arte de pensar.

Si “Facebook” se inspiró en los anuarios escolares donde se registraba a los alumnos para formar un archivo de comunidad, hoy es como si alguien quisiera lograr su título profesional presentando el libro de fotos como tesis de maestría.

Resulta genial, entonces, el convenio anunciado, por el INE con  platillos y  tambores. ¿Ésa es su metodología de la ­certeza, al menos en el convenio contra las “fake news” por estas plataformas?

Con razón les salen las cosas como les salen. Y el asunto de

“Los Independientes” y sus “fake signatures” es una muestra del porvenir.

Como dijo Benito Juárez “…el problema con las citas que uno encuentra en Internet, es que la mayoría no son ­ciertas”. Cito a Esteban Illades en su libro Fake News, la nueva realidad. Grijalbo.

rafael.cardona.sandoval@gmail.com

elcristalazouno@hotmail.com

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