VEAMOS HACIA EL FUTURO

El odio es un sentimiento devastador. Sus raíces son

muy profundas, difíciles de tratar. Quien odia siempre

vive en el odio, quiere venganza, destruir, hacer sufrir

y controlar a los demás. Dr. Vicente Ezquerro Esteban.

Luis Gutiérrez R.

¿Qué escenario tienen hoy ante sí los mexicanos? ¿Estamos en el preámbulo del cambio genuino que añoramos durante décadas?, ¿Hay proyecto de país definido y estable, para abatir unidos la desigualdad? ¿Nos encaminamos a la destrucción de todo lo pasado, para que sobre las ruinas se erija una nueva autocracia? ¿Asistimos al tantas veces repetido (y frustrante) episodio, de quienes asumen el poder para dictar su propia historia? ¿Dictadores de una nueva historia?

Los mexicanos parecen hoy resignados (y fastidiados) espectadores de una tragicomedia, mezcla de odio y venganza, personificada por un gobernante entretenido en su retorno vengador contra el pasado. De hecho, el modelo parece retomado del vengativo Edmond Dantés, personaje de Alejandro Dumas en “El Conde de Montecristo”.

No me refiero al ilusorio “tren maya”, ni al capricho del aeropuerto en Santa Lucía, tampoco a la demolición de lo que sería moderna ampliación del aeropuerto de la Ciudad de México. Ni a la propaganda palaciega “mañanera”.

Tampoco me refiero a la escena bucólica de quien huyó, lejos del mundanal rüido (diría fray Luis de León), para festinar en su rancho el descalabro político-electoral de su adversario (así lo ha calificado), Felipe Calderón Hinojosa, “perdonado” hace apenas tres semanas en Acapulco.

Hablo de la cotidiana impunidad del crimen organizado, de ejecuciones, secuestros, asesinatos; de las falsas promesas de llevar a juicio y castigar, al abrigo del estado de derecho, a quienes se enriquecieron multimillonaria e impunemente a costa de la pobreza y la miseria de millones de mexicanos; hablo del generoso perdón concedido a narcotraficantes; de la descarada protección a parientes e incondicionales subordinados. Del velado apoyo a delatores apadrinados, solamente para “someter criminales al escarnio público”.  

Aludo al silencio acusador de más de 71 mil muertos por el Covid-19 (“abrácense, no pasa nada”); de más de 400 médicos, enfermeras y enfermeros que murieron sin apoyo técnico, sin medicamentos, sin protección oportuna. Incluyo a los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa cuya desaparición, que está por cumplir seis años, puede considerarse ya un artero asesinato colectivo. A los militares caídos en emboscadas mientras un manto de complicidad parece proteger a los que, armados, uniformados y motorizados, desafiaron hace poco tiempo el orden, la paz, la seguridad y la tranquilidad públicas que merecen los mexicanos.

Señalo el desinterés por atender la emergencia de miles de mexicanos que han perdido sus empleos a causa de la pandemia, pero también por los yerros en la conducción económica del país. Una y otra vez el poder ha desdeñado la voz de organizaciones civiles, de agrupaciones políticas y de legisladores de todas las filiaciones políticas sobre este grave problema: el desempleo.

Imposible pasar por alto la impunidad de la misoginia asesina, que diariamente cobra víctimas en mujeres de todas las edades, niñas incluidas. En promedio, son diez víctimas cada día.

Otro punto de referencia en este gobierno es la forma en que cotidianamente, desde la cúspide, se alienta la desunión nacional.

Hace muchos años que las élites “emanadas de la Revolución” acumulan prosperidad a costa de la miseria de las mayorías. Han pasado sexenios y siguen transcurriendo los años sin que se apliquen soluciones de fondo para acabar con la pobreza: 1) equidad en la distribución de la riqueza; 2) castigo severo y ejemplar a la corrupción; 3) acabar con la simulación y la falta de transparencia en el manejo de los fondos públicos, especialmente los etiquetados para luchar contra la pobreza.

Pero la pobreza sigue ahí, atada al ejercicio abusivo y/o selectivo, vengador, del poder público. El descaro ha llegado a límites insospechados: bajo las faldas de la “lucha sin tregua contra la corrupción”, se ocultan latrocinios, contratos de obras y servicios públicos sin reglas de operación, amiguismo, falta de transparencia e impunidad.

Y peor: el mando unipersonal del jefe, entrometido (esa es la palabra), en todos los rincones de la función pública. El dedo todopoderoso sigue ahí, el dinosaurio no se ha ido. Nostálgico, aferrado a los viejos tiempos. A la presidencia imperial.

Muchos se preguntan si es deliberada esta perversión desde el poder. Acaso atiza rencores para tener adversarios en quienes descargarlos. O tal vez para “que se sepa de una vez: ¿con nosotros o contra nosotros”?

Es ofensivo que se pretenda colocar a México en esta disyuntiva. Una persona, quien sea, no puede abusar del plural “nosotros” para apropiarse de nuestro presente y futuro. Mucho menos para regresar al pasado. Hay horizontes, esperanzas, sueños, realizaciones, confianza en nuestras fuerzas. México necesita ver hacia el futuro.

Nuestras respuestas no están en el pasado.

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