¿Hacia dónde? ¿Desde dónde?

Hace unos días, en un artículo sobre intelectuales defensores de Andrés Manuel López Obrador, el diputado federal Jorge Álvarez Máynez (Secretario General de Acuerdos de Movimiento Ciudadano y Director General de la Revista Digital Tercera Vía), espetó a bocajarro: “¿En qué México vive López Obrador?”

Esta pregunta de Jorge, respetable y respetado compañero de lucha en Movimiento Ciudadano, se la hacen hoy millones de mexicanos: ¿en qué México asume que vive el presidente? Yo añadiría: ¿Qué rumbo lleva? ¿hacia dónde pretende llevar a nuestro país? ¿a partir de qué?

Incluso me atrevo a suponer que también se lo preguntan con frecuencia, no sin azoro, preocupados, algunos de sus conspicuos cofrades (por insólito que parezca), como Porfirio Muñoz Ledo.

¿Cuál es el modelo que trae entre ceja y ceja López Obrador? ¿El castrista? ¿el nicaragüense? ¿el venezolano? O no perdamos la esperanza: ¿Otro Benito Juárez? ¿Otro Francisco I. Madero? ¿Otro Lázaro Cárdenas?

¿Y los mexicanos?

Muchos recordarán una expresión casi explosiva de López Obrador cuando se le notificó oficialmente su triunfo electoral, algo parecido a tengo el poder en una mano. Sí, ni más ni menos que el poder. Pero, aunque, parezca perogrullada ¿el poder para qué? ¿nada más porqué sí? ¿sería un pobre interés, por debajo de las pretensiones que acumuló en el curso de 40 años?

Admito que no es fácil la respuesta tratándose de Andrés Manuel. La naturaleza misma de nuestro mandatario apunta a un rasgo acentuado de su naturaleza política y de su personalidad (o como la quiera usted llamar). Su derrotero parece forjado al botepronto, al cómo viene: con altibajos, tiempos de lanzar cohetes y épocas de recoger varas. Pero no hay duda de que ha ido acumulando, construyendo un claro capital político: el poder.

Sí, hizo camino al andar, aunque tuvo cerca de él a tabasqueños de gran peso académico, cultural y político, como el poeta Carlos Pellicer y los ex gobernadores Leandro Rovirosa Wade y el maestro Enrique González Pedrero.

Conocí a Andrés Manuel casualmente en Tabasco, en 1983. No me queda claro si fue en Las Piguas de Villahermosa o en un restaurante a la orilla del río Grijalva. Joven, impetuoso, explicablemente ambicioso, ya era dirigente estatal del PRI, partido al que se había afiliado por lo menos cinco años atrás. Como tal, parecía estar a tiro para ser el sucesor de González Pedrero en la gubernatura. Y nada parecía quitarle de esa idea la mente … excepto el jefe máximo del PRI: el presidente de la república en turno: Miguel de la Madrid.

Para quienes lo conocen, la herida política de AMLO no cicatrizó jamás. Atrás quedó el joven soñador de la Casa del Estudiante Tabasqueño en la Ciudad de México. Dicho sea de paso, cursó la licenciatura de Ciencias Políticas de 1973 a 1976 en la UNAM, aunque se tituló 11 años después, en 1987. De esos años, quizás un poco antes, provienen los efluvios socializantes del joven nacido en Tepetitán, municipio de Macuspana.

La afinidad de algunos objetivos políticos y sociales, dieron pie a que, en las elecciones presidenciales de 2006, Convergencia (hoy Movimiento Ciudadano), el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Partido del Trabajo (PT), postularon la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador. Ese voto de confianza fue refrendado por Movimiento Ciudadano al inicio del actual gobierno en 2019 con acciones legislativas de envergadura.

Sin embargo, la inconsistencia política de AMLO ha vuelto a aflorar en el escenario político. Los días 07 y 08 de abril último, el dirigente nacional de Movimiento Ciudadano, senador Clemente Castañeda, y el coordinador de la bancada senatorial de nuestra organización política, Dante Delgado, enviaron al presidente Andrés Manuel López Obrador dos cartas públicas, en la que abrevian:

Clemente Castañeda: Usted faltó a la verdad. Presentó cifras que no se sostienen o que, peor aún, esconden la verdad ante un concierto de datos que el pueblo mexicano siquiera tiene idea cómo juzgar. Los números aislados, sin perspectiva, sin la dimensión real de lo que se necesita en una crisis como esta, no son más que estadísticas frías con el peligroso poder de volver estéril la realidad. Presidente, por el bien de nuestro país, los números tienen que decirnos más de lo que usted desea que nos digan.

Dante Delgado: La falta de contrapesos institucionales de poder (mayoría en las Cámaras de Diputados y de Senadores) y consecuentemente tener un poder hegemónico, afecta, en la mayoría de las ocasiones, la necesidad de construir consensos y acuerdos imprescindibles. Precisamente por ello, ahora es más necesario que nunca construir esos acuerdos. De no hacerlo oportunamente, perderá México, perderemos todos los mexicanos y, a la larga, también perderás tú, porque la democracia, con todas sus imperfecciones, es la que corrige, para bien y para mal, las desviaciones, perversiones o confusiones de los gobernantes.

Parafraseando a Dante Delgado: en cualquier democracia que se respete, el poder sin contrapesos se convierte en dictadura.

¿En qué país vive López Obrador?

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