“EL PODER ES PARA PODER”

Foto: You Tube

Es urgente recuperar la paz, respetar derechos, libertades y justicia en todas sus expresiones, como atinadamente lo ha señalado el senador Dante Delgado. Urge también lograr lo que tanto tiempo hemos deseado los mexicanos: un gobierno eficaz, congruente, realista, que deje de recurrir a la mentira, a las amenazas y al engaño para mantener, a toda costa, su pernicioso “control” sobre el poder.

El problema es cíclico. Perpetuado durante sexenios por gobiernos que, sin excepción, solamente han visto en el ejercicio del poder público la oportunidad de lograr beneficios personales o de camarilla, cobijados por el manto de la impunidad.

Bajo esa cobija se emboza hoy un absurdo “decreto” presidencial, que chorrea antidemocracia por todos lados. Su impulsor, nada menos que el inquilino principal del palacio nacional, pretende reafirmar el autoritarismo del poder a secas, por encima de la pluralidad y de la ley, así como de la vida republicana y democrática de nuestra sociedad. Resume su mandato con el recordado anatema: “Al diablo las instituciones”.

¿De dónde surgió semejante pretensión? Pues del hartazgo acumulado por una sociedad agraviada, que atestiguó inerme el enriquecimiento ilícito de quienes abusaron de la confianza que les depositaron en las urnas.

De este modo, el respeto a la ley, los aspavientos pretendidamente democráticos, los “caprichos” convertidos en deseos personales y no en proyectos de interés nacional, la apresurada construcción de cuarteles, el publicitado reconocimiento a mandos de las fuerzas armadas, la adjudicación, a militares, de tareas antes reservadas a la autoridad civil, las descalificaciones a los poderes judicial y legislativo, el menosprecio por la educación superior y por la docencia en ciencia y tecnología, el desinterés por combatir y tratar de erradicar la violencia que vergonzosa e impunemente azota ya a gran parte del país, quedaron solamente en enunciados.

Cada día que pasa, los dichos presidenciales contradicen a los hechos. Prosigue la violencia contra las mujeres. Nada le dice a las víctimas el discurso que pregona cómo ha repartido cargos entre sus allegadas, mientras los resultados sigan siendo los de siempre: ineptitud, ineficacia y corrupción.

Resultados que, ciertamente, se recrudecieron con el tiempo, y que no son exclusivos del gobierno que controla López Obrador.

El caso es que recurre al discurso, en vez de actuar con todo el poder y la autoridad que le confió el voto mayoritario (y no las sedicentes mayorías). Una percepción que se reproduce rápidamente, es que el presidente está más ocupado y preocupado en conservar el poder a cualquier costo, que en servir con eficacia.

Prácticamente desde que inició el gobierno federal actual, el sábado 1º de diciembre de 2018, empezaron a diluirse las promesas de campaña. Ni siquiera se salva el reiterado compromiso de acabar con la corrupción. Proclama que, curiosamente, repite una y otra vez ante el silencio del escepticismo, cuando no del engañoso coro de la adulación acrítica.

La corrupción continúa. Si no se combate de otra manera, es inmune a la retórica del yo-yo. No desaparecerá de la realidad nacional por decreto. Menos aún cuando se nutre de las propias debilidades del poder.

En contrapartida, ofende la virulenta campaña, desde privilegiados rincones del poder público, de todo cuanto signifique libertad de información, libre albedrío, libertad de expresión, educación superior, ciencia y tecnología.

“Conmigo o contra mí”, es una frase lamentable que, quiérase o no, ya quedó esculpida en el mural de la intolerancia nacional y en la decrepitud del poder. Es una consigna propia, hay que decirlo, de dictadores en ciernes. Es una vergüenza emplearla para descalificar la opinión adversa.

Otro síntoma preocupante en este deterioro del poder público, es un tema abordado por muchos tratadistas: el culto a la personalidad, nutrido por un líder político dispuesto a mentir continuamente para desacreditar la verdad, hasta que logra un penoso y vergonzante objetivo: que la gente ya no pueda distinguir entre la verdad, el sentimiento y el engaño.

En este escenario el poder público (no la sociedad), celebró con resonancia visual el aniversario de la Revolución Mexicana el pasado 20 de noviembre.

Escribo estas líneas después de escuchar y ver el segundo acto de esta obra, imaginada, puesta en escena y convocada, desde el Palacio Nacional: el “festejo popular” por el tercer aniversario de la ascensión al poder presidencial de Andrés Manuel López Obrador. La consigna es: “Todos al Zócalo”, a festejar el miércoles primero de diciembre, los tres años del primer mandatario.

Alguna vez le escuché a un gobernador tabasqueño, una frase alevosa e implacable: “El poder es para poder”.

Puedo aventurar que, hoy, no se atrevería a repetirla.

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